III-I-10. Zoraida Ayram
Acuerdo con Montserrat Ordóñez, «la
Madona Ayram, como personaje y como un tema, representa la articulación
entre la selva y lo femenino».85 El narrador la compara a
la selva. Cova para describirla, acusarla y degradarla la compara con un hombre
viril, machona. Sus valores son el dinero, el poder, la manipulación de
los demás. Pero lo irónico reside en que a la madona se la acusa
y rechaza con violencia por haber logrado lo que los hombres que van en la
selva desean obtener, y lo que Cova no logra: ser independiente, hacer
negocios, manejar dinero, ir armada como un hombre, comprar y vende seres
humanos, tener una sexualidad afirmativa. Es decir, lo que en un hombre son
rasgos no sólo aceptables sino culturalmente dignos de aprecio, en una
mujer son la degradación. La madona se convierte así en la selva
personificada, en la metamorfosis de la indiecita Mapiritana, en el vampiro y
la loba de la literatura fantástica.
La seducción y la conquista de Arturo por parte de la
madona es una de las partes climáticas de la novela. Cova es ahora el
débil que se enfrenta a la fuerte.
La madona Zoraida, a pesar de algunos aspectos egoístas
y opresores, representaría la que
83-José Eustasio Rivera, La Vorágine,
op-cit. P.210
84-Ibidem, p. 197
85- Montserrat Ordóñez, op.cit., p.53
podríamos llamar la
«mujer-hombre». La mujer que hace lo que en
realidad está reservado a los hombres como Barrera, el Cayeno... La que
puede compararse a los hombres económicamente fuertes, los que mandan,
dirigen y toman decisiones. Una mujer que muestra que al igual que los hombres,
la mujer puede alcanzar a todas las dimensiones de la sociedad. Y a veces ser
mejor que los hombres. La que somete al hombre y pone cara a los hombres
fuertes.
III-II: Simbolismo de ciertos elementos de la
naturaleza
III-II-1: La selva
La selva en La Vorágine es la imagen de una
selva monstruosa e implacable. Estamos aquí lejos de la visión
idílica de las selvas del romanticismo a lo de Chateaubriand. Una
naturaleza gentil, amable y maternal. Ésta, la de Rivera, es
América Latina: el trópico desconocido, la selva virgen en
ebullición, palpitante de vida y de muerte, destructora y salvaje. Por
eso Cova y Silva pueden calificarla de cárcel e infierno, oscura y
húmeda, sexual e inmunda: « Déjame huir oh selva de tus
enfermizas penumbras, formadas con hálito (...) de los seres que
agonizaron en el abandono de tu majestad! »86 Una
boca que engulle a los hombres y causa de la crueldad del hombre. La capa
vegetal es «saco de podredumbre, y con
frecuencia el árbol silencioso es una representación de la mujer
que Cova desconoce (Cfr. Magnarelli, 1987). Puede decirse que
la selva es algo más que un tema en las novelas de Rivera. Es al
tiempo, una especie de personaje ubicuo y maligno. Es paisaje y escenario. El
mensaje final del hombre civilizado es hacernos entender que estar en la selva
no es humano ni deseable. Sino para cruzarla en viajes imprescindibles, para
explotarla, para vencerla, pero nunca para vivir en ella en armonía. La
selva, medio y excusa del retorno aun antes de encontrar la tortura y el
terror, será siempre el espacio del Otro, indígena o
mujer: lo que no es humano, ni civilizado, ni digno del hombre
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