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Estado y démocracia en el pensamiento politico de Jean-Jacques Rousseau

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par Smith Augustin
Instituto filosà³fico Pedro Francisco Bonà³ - Licence en philosophie et sciences humaines 2008
  

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2.1.3- Dos críticas a la teoría del estado natural de Rousseau: El malvado retorno y el naturalismo antinatural

a)- El malvado retorno

El Segundo Discurso en el cual está básicamente expuesta y desarrollada la teoría rousseauniana del estado natural, no recibió en París ni glorias ni decoraciones. El texto, acusado por la Academia de Dijon de ser demasiado largo, cuando bien se sabe que sólo fue por no promover una tal osadía, no ganó el premio por el cual estaba concursando. Pero eso fue de lo menos. La verdadera desgracia que causó a Rousseau la publicación del texto en 1755 fue que le iba a traer el desprecio casi de todos los grandes círculos intelectuales de París, embriagados todos en estos momentos por la gran ideología ilustrada del progreso. Es pues, en este discrepante contexto, guiado principalmente por Voltaire, que nació la crítica «del malvado retorno» que condenó a Rousseau acusándolo de querer con el Segundo Discurso continuar su proyecto, que empezó con el Primer Discurso, de reconducir al hombre civilizado al bosque salvaje y prehistórico.

De hecho, cuando se publicó el Segundo Discurso, Voltaire lo reseñó como «un nuevo libro contra la especie humana» cuyo contenido sería una impúdica invitación, del autor al lector, «a caminar en cuatro patas». Pero, si esta crítica, para la época en que surgió, podía tener sus razones por la limitación del tiempo en que efectivamente no era posible todavía ver el Segundo Discurso en el contexto global del pensamiento político de Rousseau, repitiéndola hoy en día, sin pensar en esta visión ya posible desde el contexto general, no puede ser sino un explícito malentendido; ya que no es verdad que la teoría rousseauniana del estado natural sea una simple nostalgia hacia un ilusorio pasado salvaje.

Rousseau, a pesar de todas sus reprobaciones en contra de la ideología ilustrada del progreso, también pensó su teoría en vista de un futuro mejor. En el fondo, Rousseau, siempre optimista, nunca lloró desesperadamente sobre la felicidad perdida y probablemente irrecuperable del estado natural; si trató de entender cómo la hemos ido perdiendo no era sino para aprender a saber de qué manera se pueda reconquistarla sin tener que volver a la naturaleza por un supuesto viaje que ya es bien imposible. Eso mismo confirmará Rousseau posteriormente con el espíritu del Contrato Social y El Emilio en particular donde explicará que la pedagogía o el sistema de educación que allí se desarrolla no es para que el niño se quedara en el estado salvaje de la naturaleza sino que creciera en conocimiento y virtud para ser luego un hombre bueno, feliz y un buen ciudadano en la sociedad civilizada; aunque sí será esta vez, no la misma sociedad enfermiza que conoce sino la que estaría ya transformada por el nuevo contrato social que propone.

Por eso que Villaverde, defendiendo la unidad de la obra de Rousseau, afirma que «el Contrato Social, lejos de ser opuesto a el Emilio, lo completa ampliamente, describiendo para el niño, el modelo político que debe de escoger a la hora de elegir, ya adulto, su patria de adopción32(*).

b)- El naturalismo antinatural

La crítica del naturalismo antinatural versa sobre la antropología dicha individualista de Rousseau y se basa en la antropología, por llamarlo así, «comunitarista» de Aristóteles: el hombre por naturaleza es «un animal social», y por consiguiente, es pura especulación la teoría rousseauniana del salvaje feliz y autosuficiente.

Hirschberger, en una de sus más aristotelistas afirmaciones de su Historia de la filosofía, reprimenda severamente a Rousseau: «Es fanática su desorbitada valoración de la naturaleza y su indiscriminada condenación de la cultura. No diremos, con Voltaire, que en esta glorificación de la naturaleza asoma un tufillo de añoranza del cuadrúpedo, pero sí es justo afirmar que la naturaleza de Rousseau es una naturaleza innatural y encierra en realidad una degradación del hombre. Innatural y antinatural, porque no se puede arrancar así al hombre de la sociedad, tal como lo pretende este naturalismo; el hombre es y será siempre, por naturaleza, un ser social (Aristóteles) «33(*).

Ahora bien, por lo que me interesa aquí, no es cuestión de decir quién tenga razón: Rousseau o Aristóteles. Lo importante de esta crítica es que lleva uno a cuestionarse ante una de las más grandes paradojas que hay en el pensamiento político de Rousseau: si el hombre es feliz en el estado natural por estar aislado de sus semejantes y por ende, autónomo, por qué también lo puede ser en el orden social, en la medida de que supere su propia individualidad y se acepte primordialmente desde su filiación a su comunidad política como ciudadano? Tremenda ambigüedad pero que Rousseau cree resolver con el tema del amor a la patria que trataremos en el capítulo 3.2.3.

Ahora bien, si con todo esto, parece que, de un lado, hay una oposición entre Rousseau y la tesis comunitarista; y de otro lado, parece que no, debe haber una contradicción en el pensamiento de Rousseau. Pero aquí está un problema que sólo a Rousseau le correspondería resolver. Si no parece haberlo resuelto, tampoco por él puedo hacerlo yo.

* 32 María José Villaverde, op. cit., p. 244.

* 33 Johannes Hirschberger, op. cit., p. 123.

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"Aux âmes bien nées, la valeur n'attend point le nombre des années"   Corneille