CAPÍTULO 2: RESUMEN DE LA
OBRA Y SU ALCANCE POLÍTICO
2-1- RESUMEN DE RELATO DE UN
NAUFRAGO
El 28 de febrero de 1955, ocho miembros de la
tripulación del destructor A. R. C. Caldas cayeron al mar
caribeño. Luis Alejandro Velasco fue el único superviviente; los
otros siete perecieron ahogados. El gobierno del dictador
colombiano Gustavo Rojas Pinilla atribuyó el accidente a una
tormenta en el Caribe, pero nunca hubo tal tormenta. La verdad era que, pese a
pertenecer a la marina colombiana, el buque transportaba mercancías de
contrabando, básicamente, electrodomésticos. El destructor Caldas
y su tripulación habían pasado ocho meses en el puerto de Mobile,
Alabama, con motivo de reparaciones que se efectuaban en el buque. El marinero
Velasco, protagonista de la obra, repartía su ocio entre su nueva novia,
Mary Address, y diversos métodos para matar el tiempo con sus
compañeros, como las broncas a puñetazos o las salidas al cine.
Viendo la película El motín del Caine, los
marineros colombianos experimentaron cierta inquietud ante las escenas de una
tempestad. Como si de una premonición novelesca se tratara, Velasco
albergaba recelos sobre el inminente regreso del destructor a su base en
Colombia.
A unas doscientas millas del puerto colombiano de Cartagena,
las cajas con las mercancías de contrabando en la cubierta del buque se
desprendieron a causa del viento y del oleaje y se llevaron al agua a ocho
marineros. El destino quiso que Velasco fuera el único que alcanzara a
nado una de las balsas caídas desde el destructor. Impotente, nada pudo
hacer por sus compañeros, que se ahogaron a pocos metros de donde
él estaba.
El náufrago esperó inútilmente que le
rescataran con rapidez. En una balsa a la deriva, desprovista de
víveres, en compañía de su reloj y de tres remos,
resistió a la sed, el hambre, los peligros del mar, el sol abrasador, la
desesperación de la soledad y la locura, únicamente con su
instinto de supervivencia. Los aviones colombianos y norteamericanos de la Zona
del Canal movilizados para la búsqueda de supervivientes pasaron muy
cerca de él, pero no llegaron a localizarle.
Tras comprender que nadie podría ayudarle, y aun cuando
deseó la muerte para dejar de sufrir, sobrevivió contra todo
pronóstico a las condiciones adversas. Aunque cazó una gaviota no
pudo llegar a comérsela, y los tiburones le arrebataron un pez verde de
medio metro que llegó a atrapar y del que sólo probó dos
bocados. Tampoco consiguió despedazar sus botas ni su cinturón
para aplacar el hambre, ni la lluvia hizo acto de presencia para permitirle
beber. Se entretuvo en comprobar, en su reloj, cómo el tiempo
transcurría inexorable, y por las noches, en una especie de delirio
forjado por el recuerdo y el pánico a la soledad, conversaba con el
espíritu de su compañero, el marinero Jaime Manjarrés.
Cuando, después de diez días a la deriva, la
balsa arribó a la costa colombiana y Velasco vio tierra, aún tuvo
que alcanzar la playa a nado para no estrellarse contra unos acantilados; tuvo
que luchar contra las olas que le devolvían al mar, tuvo que contar su
historia a campesinos desconfiados que no conocían la noticia del
naufragio, y durante dos días soportó que le trasladaran en una
hamaca como una atracción de feria por territorios agrestes, hasta que
por fin le vio un médico y le permitió comer normalmente.
Condecorado primero por el presidente de la República y caído
luego en desgracia tras revelar la verdad a El Espectador, hizo
bastante dinero con la publicidad y luego se arruinó por revelar la
versión auténtica de un acontecimiento que ya había sido
clasificado por el gobierno.
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