Instituto Filosófico Pedro Francisco
Bonó
Estado y Democracia en el Pensamiento Político
de Jean-Jacques Rousseau
Por: Smith AUGUSTIN, SJ
Asesor: Pablo MELLA, SJ
Monográfico para optar por el título de
Licenciado en Filosofía y Humanidades
Santo Domingo, octubre de 2008
Estado y Democracia en el Pensamiento Político
de Jean-Jacques Rousseau
«Hubiese querido nacer en un país donde el
soberano y el pueblo no pudiesen tener más que el mismo interés,
a fin de que todos los movimientos de la máquina tendiesen
únicamente al bienestar común; lo cual no podría hacer a
menos que el pueblo y el soberano fuesen la misma persona; de todo ello, se
sigue que hubiese querido nacer bajo un gobierno democrático, sabiamente
temperado. (...) Hubiese querido, pues, que nadie en el Estado se pudiese decir
por encima de la ley y que nadie desde fuera pudiese imponer algo que el Estado
se viese forzado a reconocer; (...)»1(*)
(Jean-Jacques Rousseau)
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN
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p. 5
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1- CONTEXTO Y GÉNESIS DEL
PENSAMIENTO POLÍTICO DE ROUSSEAU
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p. 7
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1.1- Rousseau y la ilustración
francesa: rebeldía, marginalización y radicalidad
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p. 7
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1.2- Génesis filosófica del
pensamiento político de Rousseau: Iusnaturalismo y Contractualismo
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p. 11
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2- EL CONCEPTO DE ESTADO EN EL PENSAMIENTO
POLÍTICO DE ROUSSEAU
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p. 14
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2.1- El estado de naturaleza en
Rousseau: mito del buen salvaje o antropología optimista
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p. 14
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2.1.2 La teoría del estado natural de
Rousseau y su eventual relación con la historia
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p. 18
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2.1.3- Dos críticas a la teoría
del estado natural de Rousseau: El malvado retorno y el naturalismo
antinatural
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p. 20
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2.2- La sociedad natural:
entre el estado natural y el estado civil
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p. 23
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2.3- El contrato social:
restauración de la libertad, instauración de la soberanía
popular
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p. 26
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2.4- El estado civil como
sociedad de derecho, o la problemática de la redefinición de la
libertad
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p. 27
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2.5- Una Crítica a la teoría
del Estado de Rousseau: Rousseau, totalitario?
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p. 28
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3- EL CONCEPTO DE DEMOCRACIA EN EL PENSAMIENTO
POLÍTICO DE ROUSSEAU
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p. 31
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3.1- De la democracia como forma de
gobierno: un Rousseau indiferente
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p. 32
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3.1.1- Del gobierno en general
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p. 33
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3.2- De la democracia como fundamento
del Estado
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p. 35
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3.2.1- La soberanía popular y
la legislación: principio de inalienabilidad, de
indivisibilidad y de indestructibilidad
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p. 35
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3.2.2- La Voluntad General
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p. 38
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3.2.3- Del individuo al ciudadano:
patriotismo, virtud y educación
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p. 40
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3.3- Críticas a la teoría
democrática de Rousseau: entre la utopía y la realidad
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p. 42
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CONCLUSIÓN
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p. 47
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BIBLIOGRAFÍA
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p. 50
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INTRODUCCIÓN
En algún momento, con amargura y desolación,
leí esto que dijo Ortega y Gasset sobre las masas para defender su
teoría elitista del hombre excelente, y me quedé
literalmente traumatizado: «En una buena ordenación de las
cosas públicas, la masa es lo que no actúa por sí misma.
Tal es su misión. Ha venido al mundo para ser dirigida, influida,
representada, organizada - hasta para dejar de ser masa o, por lo menos,
aspirar a ello -. Pero no ha venido al mundo para hacer todo eso por
sí. Necesita referir su vida a la instancia superior, constituida por
las minorías excelentes. Discútase cuanto se quiera
quiénes son los hombres excelentes; pero que sin ellos - sean unos o
sean otros - la humanidad no existiría en lo que tiene de más
esencial, es cosa sobre la cual conviene que no haya duda alguna, (...) porque
no se trata de una opinión fundada en hechos más o menos
frecuentes y probables, sino en una ley de «física» social,
mucho más inconmovible que las leyes de la física de
Newton»2(*).
No sé como un filósofo, un ser humano hecho
igualmente de debilidad y de carencias, puede racionalmente pensar eso de un
grupo humano. Pero, con una intensa voluntad de superar algún día
esta triste reflexión, pensé anticipadamente: sea quien sea
Ortega y Gasset, no puede estar enunciando aquí una opinión
correcta sobre la humanidad.
Es pues desde este ejercicio personal de querer romper esta
aristocrática soberbia orteguiana que tuve la intuición de volver
a releer a Rousseau y con en él efectivamente, redescubrí una
visión más digna, más igualitaria y por ende, más
auténtica del ser humano, que dio origen a este trabajo.
Pero, como bien se sabe, la obra de Rousseau es inmensa y
multidimensional. Y pude allí escoger casi espontáneamente el
tema de la democracia sólo por lo que he venido sufriendo con ella,
viéndola tan envilecida en las escenas de la obscena pieza que dirigen,
en su nombre, los falsos discursos y las desdeñables acciones del mundo
político actual.
En el trabajo presente, queriendo pues revalorizar con
Rousseau el sueño democrático, retomaré en él el
tema de la democracia en su relación con el tema del Estado, mostrando
la particular importancia de esta relación, ya que para nuestro autor,
la democracia mucho más que una forma de gobierno es toda una estructura
de igualdad y de libertad sobre que se debe fundar el Estado mismo.
Para llegar a este fin, dividiré el trabajo en tres
capítulos: El primero donde sitúo a Rousseau en su contexto
histórico e intelectual, respectivamente como un hijo rebelde de la
Ilustración y como un heredero de la tradición iusnaturalista y
contractualista; en el segundo capítulo, expongo la teoría
rousseauniana del Estado donde también explico el sentido de la bondad
que atribuye Rousseau al hombre natural y la noción de ley y de libertad
individual que deben conciliarse en el orden social; en el tercer
capítulo, desarrollo el tema de la democracia mostrando primero la
diferencia que establece Rousseau entre un gobierno y un Estado
democrático y luego, definiendo sus dos principios básicos, a
saber: la soberanía popular y la voluntad general. Todo eso con un solo
hilo conductor que es la sensibilidad personal de Rousseau y su justa
obsesión de pensar un mundo transformado donde, rotas las cadenas de las
instituciones sociales opresivas, se pueda vivir en paz, libre, feliz,
respetándose y amándose unos a otros como iguales y hermanos.
A Rousseau, un filósofo más grande por su
corazón que por su razón - pero grande comoquiera - invito a
todo lector de esta investigación a descubrir o a redescubrir, para que,
con él y juntos, podamos mejorar nuestros debates y también
nuestras prácticas en torno a lo que debe ser hoy un verdadero Estado
democrático.
CAPÍTULO 1:
CONTEXTO Y GÉNESIS DEL PENSAMIENTO
POLÍTICO DE ROUSSEAU
1.1- Rousseau y la ilustración francesa:
rebeldía, marginalización y radicalidad
Como ocurre con tantas otras corrientes de pensamiento, se
suele hablar de la Ilustración francesa como si fuera una sola y cuyas
características, por consiguiente, se encontraran idénticas en
todos los escritores denominados «ilustrados». Rousseau, en su caso,
por haber vivido y sobresalido como escritor en la época del siglo XVIII
francés, que los manuales de filosofía y de literatura llaman
ilustración, no suele ser distinguido dentro del gran paquete de los
»ilustrados franceses» que deben de ser todos, según estos
historiadores de las ideas, obligatoriamente ateos, anticristianos o, por lo
menos, deístas; racionalistas y progresistas. O sea, algo así
como este resumen de Hirschberger: «la ilustración francesa,
según ya se ha apuntado, es más radical que la inglesa.
Aquí nos salen al paso, como posturas cosmovisionales, el ateísmo
y el materialismo más descarados; en el terreno religioso no es ya una
crítica moderada, sino una ataque mordaz y frívolo contra el
Cristianismo, con menos intención de enmendarlo que de desplazarlo; en
política no se esperan los pasos normales de una evolución
natural, sino que se va derecho a la revolución y, llegada ésta,
se la conduce en forma que sólo los favorecidos por ella parecen ignorar
lo problemático de sus consignas. Todo por la razón, todo por la
libertad y el progreso»3(*). Muy bien. Pero, Rousseau no era precisamente eso sino
más concretamente: un verdadero rebelde, un escritor sensible,
marginalizado en su tiempo por la originalidad de sus ideas y sobre todo, por
la radicalidad de sus posiciones.
En efecto, Rousseau, en cuanto a sus relaciones con su tiempo,
es eso que acabamos de decir: un perfecto «hijo rebelde». En un
magnífico artículo del profesor Pesquero Franco, intitulado
«Jacques Rousseau, una conciencia desgarrada de la
Ilustración», el autor, demuestra en estos términos esta
relación de Rousseau con la Ilustración francesa a la vez como
«hombre de su siglo» y «superación del mismo»:
«ilustrado, ciertamente, en tanto cuanto comparte con éstos su fe
en la razón, contribuye a la crítica de la sociedad del Antiguo
Régimen y a la defensa de la libertad, concediendo igualmente una
importancia decisiva al desarrollo moral del hombre. Más allá de
ellos, al frenar su exacerbado racionalismo, su pensamiento alcanzará en
todos estos temas, matices diversos que se alejarán de la ortodoxia
ilustrada»4(*). Y el
profesor Johannes Hirschberger también iría por esta línea
hablando de Rousseau en su Historia de la filosofía: «Uno
de los grandes entre los grandes de la Ilustración francesa, aunque al
mismo tiempo su superador, es Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), rival
de Voltaire y debelador de los enciclopedistas. También Rousseau quiere
el progreso, la libertad y el bien de la humanidad pero lo quiere por otros
medios. Voltaire es el racionalista e intelectualista. Rousseau es el hombre
del sentimiento y del corazón. (...) Se le ha llamado el profeta de una
era de Sturm und Drang en la historia de la cultura humana, y se ha
dicho que expresó «el indefinido anhelo de toda la humanidad»,
que no podía ser acallado por las teorías vacías de
sentimiento del racionalismo y del materialismo de la
época»5(*).
Con severa radicalidad pues, y desde su primer escrito
público- Discurso sobre las ciencias y las artes- hasta las
Ensoñaciones de un paseante solitario, Rousseau no
sólo criticó la ilustración francesa, sino que la
superó integralmente, desenmascarando sus engaños y anunciando su
fin con la revelación de un mundo y un modo de ver tan nuevos y tan
rebeldes que Goethe, en una de sus más célebres frases,
llegó a decir: «Con Voltaire termina un mundo. Con
Rousseau comienza otro".
De todos modos, si se sigue presentando a Rousseau en los
manuales bajo la etiqueta de un ilustrado sin más, además del
problema de especialización de unos autores que se limitan a clasificar
a los pensadores más que todo según el tiempo en que vivieron, es
también cuestión de una deformación del conservadurismo
intelectual que hace difícil aceptar que los que han hecho evolucionar
realmente las ideas no son sino los que han tenido el valor, aun sufriendo, de
no contentarse con el statu quo, y mucho menos todavía cuando
es la dignidad humana misma que se encuentre en peligro. No obstante, que se lo
quiera o no, Rousseau es efectivamente uno de estos valiosos hombres que
jugó el amargo papel de ser el juez o el censor de su propio tiempo para
que avance el mundo en su manera de pensar, de ver y de actuar en la historia.
De hecho, esta valentía de Rousseau le costó
bien grande. Se lo pagó funestamente con la vida solitaria, perseguida y
aislada que tuvo que vivir hasta su muerte. Turbulencias de una vida donde
muchos sólo ven resultados de un complejísimo carácter
mientras que para él su aislamiento no resultó ser sino un
doloroso e indeseado rechazo que sufrió de parte de sus propios
coetáneos, los «philosophes», los mismos
«ilustrados» incomodados por la radicalidad de sus ideas. De
ahí sigue que contrariamente a las costumbres de los intelectuales de su
tiempo, no adaptó sus ideas a los gustos de las grandes reuniones
mundanas de los Salones. Además, en la política
fundamentalmente, mientras que los más respetados filósofos
defendían o el liberalismo aristocrático o el despotismo
ilustrado6(*), Rousseau,
alejándose totalmente de la doctrina burguesa de la filosofía
política del momento, hizo surgir su pensamiento del otro lado, del lado
de los oprimidos y de los sin derechos, desde abajo; y por eso,
situándose entre los que él denomina «los filósofos
que tienen la osadía de reclamar los derechos de la
humanidad»7(*),
optó básicamente por la democracia fundamentada en la
soberanía popular y susceptible de ser aplicada en una sociedad justa
donde ante la ley, todos los hombres y mujeres sean hombres y mujeres del mismo
valor y se encuentren bajo las mismas obligaciones.
Su opción radical por los infelices y la profundidad de
sus convicciones constituyen pues básicamente, las
características con las cuales, Rousseau marcó su singularidad
dentro del mundo ilustrado francés. En otras palabras, digamos que la
construcción misma de su filosofía no tuvo otro punto de partida,
igual que no se desarrolló sino en luchas permanentes con el universo
intelectual parisiense de aquella época. Y esto, Rousseau lo confiesa
manifiestamente en un esbozo des Rêveries que redactó al
final de su vida: «Han cavado entre ellos y yo un abismo inmenso que nada
ni nadie puede colmar ni franquear, y estoy tan alejado de ellos para el resto
de mis días como los muertos lo están de los vivos»8(*).
Pero, la historia lo ha absuelto y por allí va
todavía. Ernst Cassirer, a mitad del siglo XX, recordó, para la
historia de las ideas, que no son ni los grandes guardianes del saber, ni los
«eminentes guías de la opinión pública» de la
sociedad ilustrada francesa, los Diderot o los Voltaire, que llevarán a
cabo las grandes ideales del hombre libre y feliz que defendía la
época sino que lo hizo el pobre y marginalizado Jean-Jacques, que
él mismo considera como «el único moralista absoluto que
haya producido el siglo XVIII»: «Les penseurs qui font partie du
cercle de l'Encyclopédie entendent améliorer et réparer,
mais c'est à peine si l'un d'entre eux songe à la
nécessité ou à la possibilité d'une transformation
et d'une refonte radicales de la société et de l'État.
(...) Lui, (Rousseau), le solitaire, l'original, redoutait le tumulte des
places publiques et le vacarme des combats. Pourtant, c'est lui qui fut
réellement à l'origine du mouvement révolutionnaire, et
non les représentants et les guides de l'opinion publique
française de l'époque; car il ne s'attachait pas à des
imperfections de détail ni ne cherchait des remèdes ponctuels.
(...) Il rejetait toute solution de compromis, préférant
dès le début et dans chaque parole, s'attaquer à la
totalité. (...) Là où Voltaire, D'Alembert et
Diderot ne voient que simples défauts de la société,
simples erreurs dans son « organisation » qu'il faudra peu
à peu corriger, Rousseau, lui, voit au contraire la
société coupable, et il ne cesse en d'impitoyables
réquisitoires de fustiger cette faune pour laquelle il exige
expiation»9(*).
En resumidas cuentas, esto es más o menos el perfil de
este pensador ginebrino que quiero exponer en este trabajo desde los conceptos
Estado y democracia que trabajó en su pensamiento político y que
estimo dignos de ser retomados ahora para un actual debate, serio y productivo,
sobre la teoría y el quehacer político de la sociedad socialmente
enfermiza de hoy.
Veamos ahora lo que podría ser un universo
teórico desde el cual partió para construir básicamente su
pensamiento político.
1.2- Génesis filosófica del pensamiento
político de Rousseau: Iusnaturalismo y Contractualismo
Rousseau empezó el Contrato Social
preguntándose por el origen y el fundamento del orden social; y a
la misma pregunta, respondió convincentemente por la hipótesis
del pacto social: «(...) el orden social es un derecho sagrado que sirve
de base a todos los restantes. Mas este derecho no procede de la naturaleza,
sino que se fundamenta en convenciones. Se trata de averiguar cuáles son
estas convenciones»10(*).
De este modo, contrariamente a los que los
aristotélicos han ido pensando11(*), el orden social ya no vendría, sin esfuerzo
humano, de un desarrollo natural de la pequeña institución
familial sino que más bien hubiera sido fundado por los hombres mismos a
través de un acuerdo general, llámeselo pacto,
convención o contrato. Así es como Rousseau, desde
el punto de partida mismo de su pensamiento político se revela
auténticamente iusnaturalista y contractualista.
Sin embargo, ninguna de estas dos teorías fue
descubierto por él; más bien fue heredero de ambas que ya las
mismas venían formándose con el surgimiento de la sociedad
moderna en los siglos XVI-XVII en busca de causas racionales o naturales a
todos las situaciones y fenómenos observados.
En política particularmente, ya con las teorías
antimonárquicas del siglo XVI, se observaba obviamente esta
transformación ideológica. Tomando a Juan Altusio (1557-1638), en
ejemplo, entre los que Raymond Gettell llama «los teóricos
antimonárquicos del siglo XVI», veremos que sus planteamientos
sobre el Estado y su noción de la soberanía popular pudieran
quitar, por así decirlo, aun toda originalidad al núcleo del
pensamiento político de Rousseau. Raymond G. Gettell resume así
la teoría política de Altusio: «Sostiene que el origen del
Estado se encuentra en una concentración gradual de grupos
pequeños hasta formar otros mayores. La existencia de estos grupos nace
de la necesidad y se funda en un contrato. En último término, la
autoridad procede del pueblo y el Estado tiene por objeto el bienestar de la
comunidad. (...) Altusio define, claramente, la noción de
soberanía, en cuanto autoridad suprema del Estado, que nace del concurso
voluntario de todos sus miembros.»12(*) Pero, esto por un lado. Por otro, vemos
también que este antimonarquismo no era expresión de una simple
crítica al sistema político sino que de manera mucho más
profunda, buscaba encontrar un fundamento natural al derecho y a la autoridad
en general. La principal preocupación era pues de construir un
entendimiento del derecho y del poder como algo «que haya nacido con
nosotros» (Ernst Cassirer), y así deslegitimar tanto las
explicaciones como las justificaciones de índole sobrenatural. Por eso,
bajo la influencia global de la revolución científica del Siglo
XVII, como un proceso notable de «matematización» o de
«cientifización» del estudio del mundo, se dio también
el paso decisivo a la «naturalización» del derecho que
Cassirer sintetiza en estos términos: «Grocio rebasa la
escolástica no tanto en el contenido cuando en el método (...) Se
indicará una fuente del conocimiento del derecho que no precede de la
revelación divina, sino que encuentra su garantía en sí
misma, en su propia naturaleza y, en su virtud, se mantiene a distancia de toda
confusión y falsificación. Así como Galileo afirma y
defiende la autonomía del conocimiento físico-matemático,
así Grocio lucha por la autonomía del conocimiento
jurídico»13(*). De igual manera, esta importante separación
de la metodología de las ciencias sociales y del saber científico
de la teología, que Cassirer, en su concepción de lo que
sería la esencia de la filosofía de la Ilustración,
considerará como el fundamento sobre lo cual «se levantó la
doctrina de los derechos del hombre y del ciudadano tal como se desarrolla en
el siglo XVIII», se hace aún más evidente con esta cita de
D'Alembert: «Le Philosophe ne se charge que de placer l'homme dans la
société et de l'y conduire; c'est au Missionaire à
l'attirer ensuite aux pieds des autels»14(*).
Del mismo modo, además de estos autores del Siglo XVI
precitados, son irrefutables las influencias de Hobbes y de Locke en el
pensamiento político de Rousseau. Pero, para no alejarme del tema que no
es en absoluto, ni hablar de ellos, ni hacer una comparación entre
Rousseau y los demás pensadores iusnaturalistas y contractualistas, no
me voy a quedar sobre eso; sólo que a lo largo del trabajo, los
citaré ocasionalmente cuando sea necesario.
Hasta aquí, por lo que quería hacer, a saber,
ubicar claramente a Rousseau en su contexto intelectual de origen, que me doy
la libertad de llamar: la lógica bidimensional del contractualismo y del
iusnaturalismo; creo haber dicho lo suficiente.
Ahora bien, de qué manera ambas teorías se han
ido encarnando por Rousseau en su teoría del Estado y de la democracia?
Esto es de lo que trataremos en los dos capítulos siguientes.
CAPÍTULO 2:
EL CONCEPTO DE ESTADO EN EL PENSAMIENTO POLÍTICO
DE ROUSSEAU
Para Rousseau, el Estado es el cuerpo político que nace
del «primer convenio» y que fue, en éste, aprobado
unánimemente15(*).
Por consiguiente, es el Estado esta marea humana echada antes en la naturaleza
y que se haya transformado ahora voluntariamente en comunidad política;
es decir, en una sociedad estructurada por leyes que han sido creadas por todos
sus miembros y a las cuales se encuentran todos sometidos para el bien
común. Esto lo dice Rousseau precisamente en el capítulo VI del
libro Primero del Contrato Social, definiendo así el Estado:
«un cuerpo moral y colectivo compuesto de tantos miembros como votos tiene
la asamblea, el cual recibe por este mismo acto su unidad, su -yo común,
su vida y su voluntad»16(*).
El Estado también será llamado por Rousseau en
sentido pasivo: «sociedad civil», «ciudad-estado», o
«república», en sentido activo: pueblo soberano. Lo que
significa que sólo se distingue el Estado del pueblo soberano cuando
éste este reunido en asamblea y sin esta condición, da lo mismo.
Ahora bien, para no anticipar, dejo que se descubra
progresivamente en esta segunda parte del trabajo cómo Rousseau
llegó a esta concepción del Estado. Para eso, expondré en
seguida su propia teoría del estado natural, su concepción del
pacto social originario y sus planteamientos sobre la naturaleza y el
funcionamiento del orden social.
2.1- El estado de naturaleza en Rousseau: mito del buen
salvaje o antropología optimista
Es en la primera parte del Discurso sobre el origen y los
fundamentos de la desigualdad entre los hombres que Rousseau
desarrolló su propia descripción del estado de naturaleza.
Llegó a imaginárselo después de haber pensado que para que
haya un origen a la desigualdad entre los hombres, se debería primero
suponer un tiempo ideal en que todos los hombres hubieran sido forzosamente
iguales. Pero no importa que esta igualdad no sea ni total ni perfecta ya que,
evidentemente, reconoce Rousseau, natural o físicamente nacemos y
vivimos en condiciones desiguales.
Por consiguiente, la desigualdad que Rousseau estudiará
en el Segundo Discurso, no será más que la moral y la
política, donde la cuestión de responsabilidad y de justicia
esté en juego y cuyo origen pueda ser efectivamente humano.
Este momento de igualdad moral y política que precede
el proceso de degeneración del género humano, es bien lo que
Rousseau llama: el estado de naturaleza.
Fue un tiempo simple y alegre en qué que la humanidad,
buscando satisfacción únicamente por sus necesidades
básicas, ignoraba los deseos superficiales innecesarios: «Lo veo
saciándose bajo una encina, refrescándose en el primer arroyo,
hallando su lecho bajo el mismo árbol que le ha proporcionado el
alimento; y, con ello, satisfechas sus necesidades»17(*).
Se vivía salvajemente, animalmente, pero, imperturbado;
y por ende, feliz: «Tenía todo lo que necesitaba porque no
necesitaba nada más que lo que podía tener». Una felicidad
evidentemente ascética que resume el muy común axioma:
«más feliz no es el que más tiene, sino el que menos
desea.» Pero es aún más profundo. Para Rousseau no se trata
allí de una menor necesidad posible de cosas sino también de
personas. El hombre natural de Rousseau es solitario y autosuficiente:
«Concluyamos que, errante en los bosques, sin industria, sin palabra, sin
domicilio, sin guerra y sin unión, sin necesidad alguna de sus
semejantes como sin ningún deseo de perjudicarle, quizá incluso
sin reconocer nunca a nadie individualmente, el hombre salvaje, sujeto a pocas
pasiones y bastándose a sí mismo, no tenía más que
los sentimientos y las luces propias de tal estado. Que no sentía otra
cosa que sus verdaderas necesidades, no miraba más que aquello que
creía tener interés en ver y que su inteligencia no hacía
más progresos que su vanidad. (...) No había ni educación
ni progreso, las generaciones se multiplicaban inútilmente y partiendo
cada una siempre del mismo punto, los siglos pasaban en toda la rudeza de las
primeras edades; la especie era ya vieja y el hombre permanecía siempre
niño»18(*). Y
con esta hipótesis, Rousseau se identifica pues con la
antropología individualista, oponiéndose a la tesis
antropológica comunitarista que veía al hombre, desde
Aristóteles, más bien como un animal gregario, social por
naturaleza. Pero, sería este punto suficiente para dar absoluta
razón a las interpretaciones liberalistas e individualistas del
pensamiento de Rousseau? Volveré sobre tema más adelante19(*). Pero, con lo que está
dicho, queda claro que para Rousseau, el hombre natural es un salvaje, aislado
y autosuficiente. Ahora bien, por qué bueno?
En realidad, la bondad del hombre natural o salvaje que
defiende Rousseau y con la cual, oponiéndose a la antropología
pesimista de Hobbes -Homo homini lupus- formula lo que se ha
tenido la costumbre de llamar «antropología optimista de
Rousseau», no es una opción precisamente moral del hombre natural.
En otras palabras, el hombre natural es no un buen salvaje porque
entre el mal y el bien siempre se inclina por naturaleza a eligir el
bien. El hombre natural, considera Rousseau, tiene noción ni del bien ni
del mal: «(...) los salvajes no son malos precisamente porque no saben lo
que es ser buenos, puesto que no es ni el desarrollo de las luces, ni el freno
de la ley, sino la calma de las pasiones y la ignorancia del vicio quienes
impiden hacer el mal: Tanto plus in illis proficit vitiorum ignoratio quam
in his cognitio virtutis»20(*). Y es bueno entonces sólo por estas dos
razones: Primero, existencialmente le es incognoscible al hombre natural la
experiencia del mal ya que la misma, al no ser un hecho natural- «todo era
bueno saliendo de la mano del creador»- no es sino un producto de la
organización social tal como lo es la moralidad misma: «Parece,
así, que los hombres en tal estado (el estado natural), al no existir
entre ellos ninguna clase de relación moral ni de deberes comunes, no
pudieron ser ni buenos ni malos, no tuvieron ni vicios ni virtudes a no ser
que, tomando tales palabras en su sentido físico, se denominen en el
individuo vicios aquellas cualidades que pueden perjudicar a su propia
conservación y virtudes las que pueden contribuir a ella;
(...)»21(*).
Segundo, si la bondad del hombre natural no es proveniente de
una elección racional propiamente dicha, lo es sin
embargo por una inclinación sentimental o instintiva
llamada: pitié naturelle (piedad natural).
Según esta teoría de la piedad natural, hay en
el hombre pre-social un sentimiento natural superior al instinto de
conservación de la vida (el amor de sí22(*)) que le hace compadecer con
sus semejantes encontrados en situaciones difíciles. «Hablo de la
piedad, dice Rousseau, disposición conveniente a seres tan
débiles y sujetos a tantos males como lo estamos nosotros; virtud tanto
más universal y tanto más útil al hombre cuanto que ella
antecede en él al uso de toda reflexión y tan natural que las
mismas bestias nos dan a veces signos sensibles de ella»23(*). En definitiva, como se lo
recuerda Rosa Cabo Bedia en un interesante artículo sobre el tema,
intitulado «El problema de la renaturalización en Jean-Jacques
Rousseau»: «Los individuos en el estado de naturaleza no poseen
más que dos sentimientos innatos y que preceden al estado de
reflexión: el amor de sí y la piedad. (...) El estado de
naturaleza rousseauniano está poblado de salvajes que no luchan entre
sí porque la piedad actúa en ellos como sentimiento que modera el
amor de sí: Parece, pues, indudable que la piedad es un sentimiento
natural que, al moderar en cada individuo la actividad del amor a sí
mismo, contribuye a la conservación mutua de toda la
especie»24(*).
Además, aunque no está desarrollado por Rousseau
en el Segundo Discurso ni en otros textos de él que he leído, se
puede hasta pensar que no sería contrario a su pensamiento que esta
misma piedad natural, tal como lo concibe, apoyando posteriormente a
la razón, pudiera ser el origen mismo de la moralidad. Ojalá que
esta cita pueda permitir la continuación de la discusión:
«(...) con toda su moral los hombres jamás hubiesen sido otra cosa
que monstruosos si la naturaleza no les hubiese dado la piedad en apoyo de la
razón; (...) de esta única cualidad se siguen todas las virtudes
sociales que quiere disputar a los hombres.»25(*).
Ahora bien, después de haber expuesto la visión
rousseauniana del estado natural, como muchas veces se lo ha discutido en los
estudios críticos sobre esta parte del pensamiento de Rousseau,
veámosla ahora desde su relación con la ciencia
histórica.
2.1.2- La teoría del estado natural de Rousseau y su
eventual relación con la historia
El debate sobre el tema de la relación del estado
natural en Rousseau con la historia humana siempre parte de esta pregunta:
Pensó Rousseau el estado de naturaleza como un tiempo mítico,
imaginario o más bien como un momento concreto, histórico o
pre-histórico, de la vida humana?
Hay unas tesis que sustentan que el estado natural tal como lo
describe Rousseau no sería sino una deducción de sus lecturas de
los relatos de viajes, de moda en su tiempo, donde se describía el mundo
fantástico de los «salvajes» de América; y por
consecuencia, proveniente de ellos, su teoría no sería más
que una deformación de la historia real. Josep Fontana, por ejemplo, en
su crítica al «mito europeo del salvaje», pensó que el
estado de naturaleza tal como lo relató Rousseau, no sería sino
una de estas copias de las «descripciones idílicas de tribus
brasileñas que vivían en un paraíso natural y en medio de
una armonía social que no perturbaban la codicia ni la
guerra»26(*).
Jean Touchard, de su parte, reconoce en su historia de las
ideas políticas, estas lecturas del filósofo ginebrino y su
rol en la imaginación del mismo. Igualmente piensa que las mismas
sirvieron de inspiración a Voltaire para algunos de sus cuentos
fantásticos; sin embargo, hace notar que no es preciso ver a Rousseau
por eso como un pensador que tuviera la ingenuidad y la torpeza de pensar
históricamente el pasado humano desde simples cuentos de viajes:
«Cuando habla del hombre natural, no piensa en forma alguna en la
prehistoria. Piensa en sí mismo y en los buenos salvajes de
América y de otros lugares, descritos en las narraciones de viajes
leídas por él con pasión («pasé mi vida
leyendo narraciones de viajes», decía Rousseau)»27(*).
Evidentemente, hoy en día, algunos pueden seguir
todavía con la confusión. Sin embargo, hay textos claves en la
obra de Rousseau - citaremos algunos en seguida- donde él deja claro que
el estado de naturaleza, tal como fue pensado por él, no es un momento
real de la historia sino que más bien fue utilizado como un
artífice para pensar al hombre presente; «une
question de méthode» como lo dirá
más tarde Emile Durkheim.
En el prefacio del Segundo Discurso por ejemplo, Rousseau
escribe: «(...) no es empresa ligera la de separar lo que hay de original
y de artificial en la actual naturaleza del hombre y conocer bien un estado que
ya no existe, que quizás no ha existido, que probablemente no
existirá jamás y del cual, sin embargo, es necesario tener
nociones ajustadas a fin de juzgar con exactitud de nuestro estado
presente»28(*). Esta
misma cita fue comentada por Gérard Mairet en la edición de la
Librairie Générale Française (1996) del Segundo Discurso
como una declaración suficiente para entender que Rousseau no se
preocupaba efectivamente por reescribir la historia sino más bien por
filosofar de una manera tal que pueda llegar a justificar que un orden social
fundado sobre la libertad y la igualdad entre todos no sólo sea el
más deseable sino también el más legítimo:
«Passage extrêmement célèbre dans lequel Rousseau
écarte tout malentendu possible sur ses intentions. Le Discours n'est
pas la description d'un «état de nature» historique. Il ne
s'agit pas d'enquêter sur une époque historique de
l'humanité, alors que celle-ci vivait de pêche et de cueillette.
Il s'agit au contraire de reconstruire par un raisonnement le processus
contradictoire et malheureux par lequel l'homme en est arrivé à
ce qu'il est aujourd'hui, ici et maintenant : soumis, esclave, lui qui
jadis était libre et heureux. L'état de nature n'est donc pas un
moment de l'histoire humaine, c'est un modèle théorique utile et
même «nécessaire» à la compréhension de
l'historie présente«29(*).
Pero, Rousseau volverá otra vez a precisar su postura
en el Segundo Discurso y allí, está mucho más claro
todavía: «Comencemos, pues, por descartar todos los hechos, pues no
conciernen al problema. No se deben tomar las investigaciones que se pueden
hacer sobre este tema como verdades históricas, sino tan sólo
como razonamientos puramente hipotéticos y condicionales, mucho
más adecuados para esclarecer la naturaleza de las cosas que para
mostrar su verdadero origen, y semejantes a las que en nuestros días
elaboran los físicos sobre la formación del mundo»30(*).
Sumado a esto, Emile Durkheim que reconoció
además a Rousseau en el siglo XIX como un verdadero precursor de la
sociología, corroboró claramente su intención diciendo:
«L'état de nature n'est pas, comme on l'a dit quelquefois,
l'état où se trouve l'homme avant l'institution des
sociétés. Une telle expression ferait croire, en effet, qu'il
s'agit d'une époque historique, par laquelle aurait réellement
commencé le développement humain. Telle n'est pas la
pensée de Rousseau»31(*).
Ahora bien, más formalmente, cómo se ha ido
criticando esta teoría de Rousseau del estado natural? Las
críticas son bien numerosas, pero aquí sólo quiero
comentar dos de ellas. La primera por el escándalo que causó en
la época misma de Rousseau y la segunda por la pertinencia que me parece
tener para la historia de la filosofía.
2.1.3- Dos críticas a la teoría del estado
natural de Rousseau: El malvado retorno y el naturalismo antinatural
a)- El malvado retorno
El Segundo Discurso en el cual está básicamente
expuesta y desarrollada la teoría rousseauniana del estado natural, no
recibió en París ni glorias ni decoraciones. El texto, acusado
por la Academia de Dijon de ser demasiado largo, cuando bien se sabe que
sólo fue por no promover una tal osadía, no ganó el
premio por el cual estaba concursando. Pero eso fue de lo menos. La verdadera
desgracia que causó a Rousseau la publicación del texto en 1755
fue que le iba a traer el desprecio casi de todos los grandes círculos
intelectuales de París, embriagados todos en estos momentos por la gran
ideología ilustrada del progreso. Es pues, en este discrepante contexto,
guiado principalmente por Voltaire, que nació la crítica
«del malvado retorno» que condenó a Rousseau acusándolo
de querer con el Segundo Discurso continuar su proyecto, que empezó con
el Primer Discurso, de reconducir al hombre civilizado al bosque salvaje y
prehistórico.
De hecho, cuando se publicó el Segundo Discurso,
Voltaire lo reseñó como «un nuevo libro contra la especie
humana» cuyo contenido sería una impúdica invitación,
del autor al lector, «a caminar en cuatro patas». Pero, si esta
crítica, para la época en que surgió, podía tener
sus razones por la limitación del tiempo en que efectivamente no era
posible todavía ver el Segundo Discurso en el contexto global del
pensamiento político de Rousseau, repitiéndola hoy en día,
sin pensar en esta visión ya posible desde el contexto general, no puede
ser sino un explícito malentendido; ya que no es verdad que la
teoría rousseauniana del estado natural sea una simple nostalgia hacia
un ilusorio pasado salvaje.
Rousseau, a pesar de todas sus reprobaciones en contra de la
ideología ilustrada del progreso, también pensó su
teoría en vista de un futuro mejor. En el fondo, Rousseau, siempre
optimista, nunca lloró desesperadamente sobre la felicidad perdida y
probablemente irrecuperable del estado natural; si trató de entender
cómo la hemos ido perdiendo no era sino para aprender a saber de
qué manera se pueda reconquistarla sin tener que volver a la naturaleza
por un supuesto viaje que ya es bien imposible. Eso mismo confirmará
Rousseau posteriormente con el espíritu del Contrato Social y
El Emilio en particular donde explicará que la pedagogía
o el sistema de educación que allí se desarrolla no es para que
el niño se quedara en el estado salvaje de la naturaleza sino que
creciera en conocimiento y virtud para ser luego un hombre bueno, feliz y un
buen ciudadano en la sociedad civilizada; aunque sí será esta
vez, no la misma sociedad enfermiza que conoce sino la que estaría ya
transformada por el nuevo contrato social que propone.
Por eso que Villaverde, defendiendo la unidad de la obra de
Rousseau, afirma que «el Contrato Social, lejos de ser opuesto a
el Emilio, lo completa ampliamente, describiendo para el niño,
el modelo político que debe de escoger a la hora de elegir, ya adulto,
su patria de adopción32(*).
b)- El naturalismo antinatural
La crítica del naturalismo antinatural versa sobre la
antropología dicha individualista de Rousseau y se basa en la
antropología, por llamarlo así, «comunitarista» de
Aristóteles: el hombre por naturaleza es «un animal social», y
por consiguiente, es pura especulación la teoría rousseauniana
del salvaje feliz y autosuficiente.
Hirschberger, en una de sus más aristotelistas
afirmaciones de su Historia de la filosofía, reprimenda
severamente a Rousseau: «Es fanática su desorbitada
valoración de la naturaleza y su indiscriminada condenación de la
cultura. No diremos, con Voltaire, que en esta glorificación de la
naturaleza asoma un tufillo de añoranza del cuadrúpedo, pero
sí es justo afirmar que la naturaleza de Rousseau es una naturaleza
innatural y encierra en realidad una degradación del hombre. Innatural y
antinatural, porque no se puede arrancar así al hombre
de la sociedad, tal como lo pretende este naturalismo; el hombre es y
será siempre, por naturaleza, un ser social (Aristóteles)
«33(*).
Ahora bien, por lo que me interesa aquí, no es
cuestión de decir quién tenga razón: Rousseau o
Aristóteles. Lo importante de esta crítica es que lleva uno a
cuestionarse ante una de las más grandes paradojas que hay en el
pensamiento político de Rousseau: si el hombre es feliz en el estado
natural por estar aislado de sus semejantes y por ende, autónomo, por
qué también lo puede ser en el orden social, en la medida de que
supere su propia individualidad y se acepte primordialmente desde su
filiación a su comunidad política como ciudadano? Tremenda
ambigüedad pero que Rousseau cree resolver con el tema del amor a la
patria que trataremos en el capítulo 3.2.3.
Ahora bien, si con todo esto, parece que, de un lado, hay una
oposición entre Rousseau y la tesis comunitarista; y de otro lado,
parece que no, debe haber una contradicción en el pensamiento de
Rousseau. Pero aquí está un problema que sólo a Rousseau
le correspondería resolver. Si no parece haberlo resuelto, tampoco por
él puedo hacerlo yo.
2.2- La sociedad natural: entre el estado natural y el
estado civil
A diferencia de Hobbes, Rousseau no concibe un paso inmediato,
por el contrato social, del estado natural al estado civil. Su sistema,
construido en tres momentos, se parece más bien al sistema de Locke que
Santillán llama «sistema tricotómico estado de
naturaleza/estado de guerra/sociedad civil»: «el sistema de Locke no
aparece ya como un sistema dicotómico, estado de naturaleza/sociedad
civil, como en Hobbes, sino tricotómico, estado de naturaleza/estado de
guerra/sociedad civil»34(*).
En efecto, si en la primera parte del Discurso sobre el
origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Rousseau
describe ampliamente el carácter y las iguales condiciones de vida del
hombre en el estado de naturaleza; la segunda parte es el lugar donde demuestra
cómo se dieron las transformaciones que condujeron a la formación
de una situación intermediaria entre el estado natural y el estado civil
llamada «sociedad natural». Dicho de paso, aquella sociedad,
según Rousseau, es bien la escena de esta situación de
desigualdad y de guerra de todos contra todos que Hobbes confundió con
el estado natural.
Además, la sociedad natural también tiene sus
etapas y para Rousseau, se formó a partir de tres importantes momentos:
1) el surgimiento de los problemas con las adversidades de la naturaleza que
provocaron la necesidad del agrupamiento, 2) «la sociedad naciente»
donde aparecieron la propiedad privada como la primera gran usurpación
social35(*) y con ella, la
constitución de los primeros grupos familiares; 3) la sociedad natural
propiamente dicha que empezó con los descubrimientos básicos del
fuego, continuó con los sistemas de agricultura y de metalurgia que
obligaron al asentamiento, y se constituyó definitivamente con la
organización del trabajo y la institución del comercio por los
excedentes donde además vio Rousseau la desaparición definitiva
de la igualdad: «(...) en el instante en que un hombre tuvo necesidad de
la ayuda de otro, desde que se dio cuenta de era útil a uno solo tener
provisiones para dos, la igualdad desapareció, se introdujo la
propiedad, el trabajo se hizo necesario y los inmensos bosques se convirtieron
en campos risueños que fue necesario regar con el sudor de los hombres y
en los cuales bien pronto se vio a la esclavitud y la miseria germinar y crecer
con los mieses»36(*).
Del mismo modo, al nivel social, a partir de unas maliciosas
comparaciones de unos con otros que permitieron los momentos de descanso y de
diversión, se descubrió a sí mismo y a los demás; y
con ello, la desigualdad y los sentimientos perversos que dividen a la
humanidad: «Se acostumbran a reunirse delante de las cabañas o
alrededor de un gran árbol; (...) aquél que canta o danza mejor,
el más bello, el más fuerte, el más diestro o el
más elocuente se convierte en el más considerado. Este fue el
primer paso hacia la desigualdad, al mismo tiempo hacia el vicio; de estas
primeras preferencias nacieron, de una parte, la vanidad y el desprecio, y, de
otra, la vergüenza y la envidia. (...)»37(*).
Ahora bien, mientras más el hombre va alejándose
de la naturaleza,- «pérdida de la inocencia»-, más se
va complicando la vida por la interdependencia donde uno va aprovechando de
otro para sobrevivir.
Cuando en el estado natural, sólo se tenía que
preocupar por los daños naturales, ahora nadie sabe muy bien cómo
protegerse de sus propios semejantes que se van transformando cada vez
más en su mayor peligro. Y aquí está para Rousseau la
verdadera situación de guerra de todos contra todos que Hobbes
confundió, según Rousseau, con el estado de naturaleza: «Las
usurpaciones de los ricos, los robos de los pobres y las desenfrenadas pasiones
de unos y otros ahogaron las voces de la compasión natural y la voz,
todavía débil, de la justicia, y llenaron a los hombres de
avaricia, ambición y vicio... El recién nacido estado de la
sociedad produce así un horrible estado de guerra»38(*).
Sin embargo, contrariamente al estado de guerra que define
Hobbes, esta situación, impensable en el estado de naturaleza para
Rousseau, no se da por el mero instinto de conservación de la vida de
cada uno («amor de sí»), que es una búsqueda
sana de su propio bien, sino por el «amor propio» que es un
puro egoísmo proveniente de las estructuras de la sociedad natural,
manifestado por una degradación y hasta por una exclusión
sistemática del otro. Esto lo explica Rousseau muy bien en una nota
personal que agregó al Segundo Discurso. Aquella nota que sólo
pude encontrar en una edición francesa: «Il ne faut pas
confondre l'amour-propre et l'amour de soi-même, écrit-il; deux
passions très différentes par leur nature et par leurs effets.
L'amour de soi-même est un sentiment naturel qui porte tout animal
à veiller à sa propre conservation (...) et qui,
dirigé dans l'homme par la raison et modifié par la pitié,
produit l'humanité et la vertu. L'amour-propre n'est qu'un sentiment
relatif, factice et né dans la société, qui porte chaque
individu à faire plus de cas de soi que de tout autre, qui inspire aux
hommes tous les maux qu'ils se font mutuellement et qui est la véritable
source de l'honneur. Ceci bien entendu, je dis que dans notre état
primitif, dans le véritable état de nature, l'amour-propre
n'existe pas.»39(*).
Ahora bien, cómo se intentó resolver esta
belicosa situación de la sociedad natural? Con las primeras
fórmulas de leyes, responde Rousseau, en su papel de tolerar las
injusticias sociales y de proteger los bienes de los ricos. Por eso, lamenta
Rousseau, estas primeras leyes sólo procuraron «nuevas ataduras al
pobre y dio nuevos poderes al rico; destruyó irrecuperablemente la
libertad natural, fijó eternamente la ley de la propiedad y de la
desigualdad, convirtió la astuta usurpación en derecho
inalterable y, para ventaja de unos pocos individuos ambiciosos, sometió
la humanidad entera al trabajo, la esclavitud y la miseria a
perpetuidad»40(*).
Del mismo modo, en el Discurso sobre la economía
política, Rousseau ironizará el espíritu maligno de
estas leyes en estos términos: «Vosotros necesitáis de
mí - así habla el rico a los pobres- porque yo soy rico y
vosotros pobres. Hagamos, pues, un contrato y yo os mostrará el honor de
que me tengáis que servir a mí, bajo la condición de que
me deis lo poco que todavía os queda por la molestia que yo tomo en
mandaros»41(*).
Así que, sobre las bases de estos engaños,
usurpaciones, explotación y leyes injustas se fundaron las sociedades y
así continúan todavía a existir. Por eso, dice Rousseau,
hay que reinventar la sociedad civil a partir de un nuevo contrato social
fundado sobre bases eminentemente democráticas que se inspiran del
estado natural: libertad, igualdad y felicidad para todos indistintamente.
2.3- El contrato social: restauración de la
libertad, instauración de la soberanía popular
«Les peuples se sont donné des chefs
pour défendre leur liberté et non pour les
asservir»
(J.-J Rousseau)
En la mentalidad contractualista, el contrato social es el
acontecimiento que da origen y legitimidad al orden social. Pero, explica
Rousseau, no todos los contractos o pactos sociales son legítimos. Entre
estos contractos ilegítimos, está el de Hobbes que Rousseau
condena por ser un contrato de dominación y no de consolidación
de la libertad natural como se debería ser. Por consiguiente, el
contrato social de Rousseau como contrato legítimo restaura la libertad
natural e instaura la soberanía popular.
Contrariamente a Hobbes, la lógica rousseauniana del
pacto social no es pues de entregar sus derechos naturales a alguien o a un
grupo que ganaría con eso el poder absoluto para dirigir. Más
bien, es un contrato que no se cumple ni entre el grupo y una persona, ni entre
grupos y otros, sino entre la comunidad y ella misma. Como lo explica muy bien
Jean Touchard: «El pacto social de Rousseau no es ni un contrato entre
individuos (como en Hobbes) ni un contrato entre los individuos y el soberano
(...) mediante el pacto social cada uno se une a todos. El contrato se
formaliza con la comunidad»42(*). Y no en una comunidad alienante.
La necesaria alienación que se da en el momento del
contrato social como transformación de la libertad natural en obediencia
a las leyes, en realidad es nula, según Rousseau: «dándose
cada unos a todos, no se da a nadie, y, como no hay ningún asociado
sobre el que no se adquiera el derecho que se otorga sobre uno mismo, se gana
el equivalente de todo lo que se pierde y más fuerza para conservar lo
que se tiene»43(*). O
sea, «Cada uno de nosotros pone en común su persona y todo su poder
bajo la suprema dirección de la voluntad general, y recibimos
colectivamente a cada miembro como parte indivisible del todo. Cada asociado se
une a todos y no se une a nadie en particular; de esta forma, no obedece
más que a sí mismo y permanece tan libre como
antes»44(*).
Así mismo es la propuesta del contrato social
rousseauniano. Por la igualdad natural, se promete la libertad y la justicia.
Pero una libertad y una justicia transformadas respectivamente, en obediencia y
en objetiva aplicación de las leyes. En efecto, la sociedad civil que
resulta del contrato social rousseauniano no es sino un estado de derecho.
2.4- El estado civil como sociedad de derecho o la
problemática de la redefinición de la libertad
El estado civil no es ni más ni menos el estado que
resulta del contrato social, en el cual un grupo humano se unifica, tiene su
vida regida por leyes y adquiere el sentido moral y racional. El grupo humano
que se encuentra en este estado y bajo estas condiciones precitadas, forma para
Rousseau lo que se ha ido llamando Estado, nación, república,
pueblo, etc.
En este estado, también dejan los hombres de ser
meramente individuos para llegar a ser «ciudadanos». Y como tal,
además de los derechos que adquiere, debe obediencia a unas decisiones
estatales, situadas por encima de toda voluntad particular, llamadas leyes.
Éstas además son múltiples y de diferentes índoles.
Puede ser: la ley moral, leyes políticas, leyes civiles, leyes
criminales, leyes de la cultura o de las costumbres, entre otras.45(*).
Ahora bien, cómo puede harmoniosamente coexistir la
libertad natural del ser humano con este absoluto poder de aquellas leyes?
Para Rousseau, donde las leyes son injustas, engañosas
y no aprobadas de manera democrática, no puede no haber discordia; sin
embargo, no hay una necesaria incompatibilidad entre las leyes y la libertad
natural individual. Por el contrato social que instaura la soberanía
popular, obedecer a las leyes en realidad no será más que
obedecerse a sí mismo. Como lo dice Rousseau en el Contrato Social:
«la obediencia a la ley que uno se ha prescrito es libertad»46(*).
Pero, aquí está una lógica que se
entiende fácilmente sólo si se la toma en sentido individual; en
un mayor contexto como el nacional, donde es bien difícil obtener un
consenso general y aún más difícil una unanimidad
efectiva, no es fácil entender como esta teoría no se vaya a
desembocar en una democracia totalitaria donde se estaría sacrificando
los derechos individuales en nombre de un ideal mítico y sagrado llamado
pueblo o Estado.
Proudhon, Talmon47(*) y luego Isaiah Berlin son los principales autores a
sustentar esta crítica en contra de Rousseau. Veamos ahora cómo
se ha ido armando esta crítica y cómo a la misma, se puede
responder la teoría del Estado de Rousseau.
2.5- Una crítica a la teoría del Estado
de Rousseau: Rousseau, Totalitario?
Recordemos de antemano que Rousseau no sólo fue
aclamado por los avances liberales y democráticos que se concretizaron
con la Revolución Francesa, sino que también fue visto muchas
veces como inspirador de los abusos de la misma. Fue desde la segunda
consideración que empezaron algunos autores a condenar a Rousseau
acusándolo de haber pensado un modelo de Estado que aplastara al
individuo.
En un artículo de Alain de Benoist, un filósofo
francés contemporáneo, donde se reclama una relectura de la obra
de Rousseau para entenderlo mejor frente a estas acusaciones, se retoma estas
acusaciones: «Proudhon, quien le atribuye la «gran desviación
de 1793», ve en él a un teórico y un apologista de la
tiranía. La derecha francesa -que raramente lo ha leído - lo ha
convertido en su bestia negra. Los liberales lo hacen responsable de los
excesos de la revolución de 1789 y lo colocan en el origen de una
corriente «totalitaria» que a veces hacen culminar en Karl
Marx»48(*). Del
mismo modo que Isaiah Berlin, en su libro La traición de la
libertad. Seis enemigos de la libertad humana, cuenta a Rousseau
entre los más auténticos pensadores totalitarios y le negó
todo el espíritu liberal que se pudiera encontrar en su pensamiento
político49(*).
En fin, abundan estas acusaciones que quieren reducir el
pensamiento de Rousseau a un totalitarismo y que, al mismo tiempo, lo
responsabilizan por unos regímenes totalitaristas del Siglo XX, como
también se pudiera responsabilizar a Karl Marx por los abusos del
socialismo soviético. Pero, ya que el miedo al totalitarismo es el miedo
a la uniformización, es a la teoría de la voluntad general como
ideal de unidad que estas críticas se oponen sustancialmente. Así
como resume Jean Touchard el problema: «El Contrato Social
está inspirado por la pasión de la unidad. Unidad del cuerpo
social, subordinación de los intereses particulares a la voluntad
general, soberanía absoluta e indisoluble de la voluntad general,
reinado de la virtud en una nación de ciudadanos.»50(*) Pero es un tema que dejo
aquí y que retomaré en el capítulo sobre la voluntad
general.
Por el momento, sólo quiero dejar claro que el
totalitarismo no tiene fundamento predominante en el pensamiento
político de Rousseau; ya que la obediencia a las leyes del Estado no
tiene sentido para Rousseau si no es una obediencia a sí mismo por la
participación previa, libre y igualitaria, de todos en la
elaboración como en la aprobación de las dichas leyes. Y por eso,
como lo dijo justamente Giovanni Sartori: «Talmon culpa a Rousseau de
haber sido el profeta de la «democracia totalitaria» si es
así, es porque el resultado traiciona las intenciones y el resultado se
deforma según las previsiones. (...) En verdad, las culpas de Rousseau
son, más que otra cosa, culpas de sus intérpretes, quienes
manejan un Rousseau torcido y fuera de contexto. (...) Rousseau destinaba la
democracia directa para hacer las veces de garante liberal, y el hecho de que
la solución de Rousseau no fuese factible no modifica el que
obsesivamente haya perseguido la libertad, la libertad en la ley»51(*).
CAPÍTULO 3:
EL CONCEPTO DE DEMOCRACIA EN EL PENSAMIENTO
POLÍTICO DE ROUSSEAU
En este capítulo que es el último de este
trabajo, tocaré el tema de la democracia en Rousseau. Mostraré
que contrariamente a lo que es de costumbre en otros autores, la importancia de
la democracia en Rousseau no es la que se discute en las teorías de las
formas de gobierno, sino que, inherente a su contractualismo, es la que da
fundamento al Estado instituido por el contrato social. Es decir, la democracia
que sostiene el proyecto político de Rousseau es más que todo un
principio que legitima a los Estados en la medida de que encarne los valores de
libertad y de igualdad natural a través de la soberanía
popular.
Por eso, hablaré de indiferencia de Rousseau frente a
las formas de gobierno ya que las mismas efectivamente no pueden tener para
él ningún valor absoluto.
Del mismo modo, no es fortuito que en este trabajo, estudie
conjuntamente los conceptos Estado y Democracia en Rousseau. En mi
entendimiento del dicho filósofo, diría que su teoría del
Estado y su teoría de la democracia no son sino dos aves de un mismo
pájaro. Ya que para Rousseau, un Estado funciona democráticamente
o simplemente no tiene legitimidad, de verdad, no se puede entender la
opción de Rousseau por la democracia sino no se entiende previamente su
visión del Estado.
A continuación, primero, expondré la
teoría rousseauniana de las formas de gobierno donde explicaré lo
que llamo la indiferencia de Rousseau y retomaré la diferencia que se
establece allí entre gobierno y Estado; luego, explicaré la
teoría democrática de Rousseau definiendo los dos pilares que la
sustentan, a saber la soberanía popular y la voluntad general que la
expresa; y terminaré con la presentación de tres críticas
que se ha hecho a Rousseau por su teoría democrática.
3.1- De la democracia como forma de gobierno: un
Rousseau indiferente
Rousseau, como filósofo político plantea
también una teoría de las formas de gobierno, aunque no es lo
más importante para su teoría democrática. Allí
retoma la clasificación tradicional de los gobiernos según la
cantidad de miembros que forma el supremo cuerpo dirigente. Pero, deja que
decida de la importancia de cada gobierno la variabilidad de las dimensiones
geográficas de los Estados, los tiempos y las características de
los pueblos mismos.
En efecto, para Rousseau, hay una cantidad innumerable de
formas de gobierno, pero, al mismo siempre admite que principalmente hay tres
grandes tipos de gobierno: la monarquía si dirige «un
magistrado único», la aristocracia si es un
«pequeño número» y democracia si es «todo
el pueblo o la mayor parte de él de modo que haya más ciudadanos
magistrados que simples ciudadanos particulares»52(*). Sin embargo, no hay ninguna
de estas formas de gobierno que sea ideal en sentido general para Rousseau; y
por ello, frente a todos, en este mismo sentido, Rousseau es más bien
indiferente.
Esto, Rousseau lo tiene claro en el Contrato Social
donde afirma: Primero, «no solamente puede haber diferentes gobiernos que
sean convenientes para pueblos diversos, sino para el mismo pueblo en
diferentes épocas.»53(*); luego, «el mejor gobierno en sí
llegaría a ser el más vicioso, si sus relaciones no se alteran
conforme a los defectos del cuerpo político al que
pertenece.»54(*); y
por último, como para resolver definitivamente la cuestión,
declara: «En todas las épocas, se ha discutido mucho sobre la mejor
forma de Gobierno, sin considerar que cada una de ellas es la mejor en ciertos
casos y la peor en otros. Si en los diferentes Estados el número de los
magistrados supremos debe estar en razón inversa al de ciudadanos,
resulta que, en general, el gobierno democrático conviene a los
pequeños Estados, el aristocrático a los medianos y la
monarquía a los grandes»55(*).
Asimismo, todo quedaba claro de la indiferencia de Rousseau
hasta que diga: «El que más sabios gobiernen la multitud es el
orden mejor y más natural.»56(*); y luego: «es contrario al orden natural que el
gran número gobierne y que el pequeño sea
gobernado»57(*).
Son afirmaciones así, tomadas fuera de su contexto, que
pueden invitar explícitamente a tomar a Rousseau por un
aristócrata disfrazado y con eso, romper la lógica de
indiferencia que sustento. Además que también parece Rousseau
manifestar una real reticencia hacia la democracia donde primero dice: «no
es conveniente que quien hace las leyes las haga cumplir»58(*); y luego: «Si hubiese un
pueblo de dioses, se gobernaría democráticamente. Pero un
gobierno tan perfecto no es propio de hombres»59(*).
De qué se trata en realidad?
Primero, cabe entender que en Rousseau, no es el gobierno que
de consistencia al Estado sino que existe el gobierno por y para el Estado. Y
de eso sigue que si efectivamente para Rousseau «el que más sabios
gobiernen la multitud es el orden mejor y más natural», este
principio tiene validez, si y sólo si, agrega él mismo, «se
está seguro de que la gobiernan en beneficio de ésta (la
multitud) y no para el bien propio»60(*).
Por lo de la antipatía de Rousseau a la democracia,
cabe precisar un vez más que Rousseau igual como no defiende el gobierno
democrático, no defiende, en sentido general, ninguna de las otras
formas de gobierno. El objetivo de Rousseau no es un gobierno
democrático, es un Estado democrático.
Pero, para ser claro con esto, explicito ahora la importante y
decisiva diferencia que establece Rousseau entre el gobierno y el Estado.
3.1.1- Del gobierno en general
«Los gobiernos han de ser servidores,
no amos de los pueblos.»61(*)
(Frederick Copleston)
Efectivamente, uno de los puntos más relevantes y
claros en el pensamiento político de Rousseau es la diferencia que
allí se establece entre gobierno y Estado. «Hay una diferencia
esencial, dice Rousseau, entre estos dos cuerpos, que consiste en que el Estado
existe por sí mismo, y el Gobierno no existe sino por el
soberano»62(*). Y el
gobierno en definitiva no es más que: «Un cuerpo intermedio
establecido entre los súbditos y el soberano para su mutua
correspondencia, encargado de la ejecución de las leyes y del
mantenimiento de la libertad, tanto civil como política. Los miembros de
este cuerpo se llaman magistrados o reyes, es decir, gobernantes, y el cuerpo
entero lleva el nombre de príncipe»63(*). Además, frívolo y sin derecho
absoluto, entre él y el pueblo soberano, ni siquiera hay algún
contrato que sea irrevocable: «(Un gobierno) no es nada más que
una comisión, una función que cumplen como simples oficiales del
soberano, y ejercen en su nombre el poder, del que se les ha hecho
depositarios, y que éste puede limitar, modificar, y retirarles cuando
le plazca»64(*).
Con todo, el único gran valor que Rousseau reconoce al
gobierno es su indispensabilidad. Rousseau entiende bien que el poder
legislativo este exclusivamente reservado al pueblo soberano, sin embargo, ve
también el caos que sería el Estado sin un grupo que se haya
hecho responsable de hacer ejecutar las leyes. Sin este indispensable grupo, no
hay gestión pública; y por eso, para enfatizar más en este
relación de complementariedad que existe entre el soberano y el
gobierno, Rousseau recurre, en el contrato Social, al modelo del
funcionamiento del cuerpo humano en su relación con el cerebro.
Así mismo lo dice Rousseau: «Cuando me encamino hacia un objeto es
preciso, en primer lugar, que quiera ir; en segundo lugar, que mis piernas me
lleven. Si un paralítico quiere correr y si un hombre ágil no
quiere, ambos se quedarán en su sitio. El cuerpo político tiene
los mismos móviles; se distinguen en él, del mismo modo, la
fuerza y la voluntad. Esta, con el nombre de poder legislativo; aquélla,
con el de poder ejecutivo. No se hace o no debe hacerse nada sin el concurso de
ambos»65(*).
En resumidas cuentas, tenemos aquí otra diferencia que
hay entre el contractualismo de Hobbes y el de Rousseau. Si para Hobbes, el
gobierno que resulta del contrato social es absolutamente soberano, para
Rousseau, es al revés: el pueblo es absolutamente soberano como Estado.
Ahora bien, volviendo al tema de democracia cabe ahora mostrar
en qué se basa la teoría de Rousseau. Como ya lo hemos dicho
anteriormente, se sostiene fundamentalmente por dos pilares vitales: la
soberanía popular y la voluntad general que la expresa. Eso es de lo que
vamos a hablar ahora.
3.2- De la democracia como fundamento del Estado
3.2.1- La soberanía popular y la legislación:
principio de inalienabilidad, de indivisibilidad y de indestructibilidad
«De cualquier modo, en el instante en que un
pueblo
nombra representantes, ya no es libre, ya no
existe»66(*).
La soberanía popular en Rousseau es en primer lugar la
culminación del contrato social que funda el Estado. Por consiguiente,
La soberanía popular es a la vez la finalidad y la esencia misma del
contrato social de Rousseau y de toda su teoría democrática.
Rousseau quiere igual participación de todos los ciudadanos en todo lo
que es relativo al Estado; la soberanía popular es su respuesta como
realización concreta de este proyecto de democracia directa
participativa.
En segundo lugar, se puede decir también que, para
Rousseau, la soberanía popular es un mecanismo para garantizar que
domine siempre el interés común sobre el interés
particular; y proviene pues de su escepticismo hacia las estructuras
monárquicas y aristocráticas.
Para Rousseau, si un monarca o una aristocracia soberana puede
con el tiempo alejarse del bien común para seguir y realizar proyectos
propios, también para él, eso es imposible en caso que el pueblo
sea soberano ya que como tal nunca puede perjudicarse a sí mismo. Cito:
«Al no estar formado el soberano más que de los particulares que lo
componen, no tiene ni puede tener intereses contrarios a los suyos. Por tanto,
el poder soberano no tiene ninguna necesidad de garantía con respecto a
los súbditos, porque es imposible que el cuerpo quiera perjudicar a
todos sus miembros - y veremos a continuación que no puede perjudicar a
ninguno en particular -. El soberano, por ser lo que es, es siempre lo que debe
ser»67(*).
Del mismo modo, cabe precisar o recordar que el
«pueblo» en Rousseau, no es la «gran mayoría de los
pobres», no es, lo que será en el marxismo: clase obrera o
proletaria. Tampoco es la inmensa masa empobrecida de los campesinos y los
desempleados de los suburbios. El pueblo soberano, en el pensamiento
político rousseauniano, es el Estado. En pocas palabras, el pueblo para
Rousseau, nos recuerda Copleston, no es «una determinada clase del estado
distinta de la otra clase o de otras clases; entiende el entero cuerpo de los
ciudadanos»68(*).
Ahora bien, siendo el pueblo, soberano en todos los casos, y
la persona soberna, compuesta de todos los miembros de la comunidad, no se
puede ni delegar la soberanía, ni dividirla, y ni destruirla sin
destruir el Estado mismo. Sigue entonces estas tres características
fundamentales e inviolables de la soberanía popular en Rousseau:
inalienable, indivisible e indestructible.
- inalienable: la soberanía no se delega.
Rousseau condena la democracia representativa (Locke). La democracia que
defiende es directa: «los diputados del pueblo no son ni pueden ser sus
representantes: sólo son sus administradores»69(*). Dicho en otras palabras:
«no siendo la soberanía sino el ejercicio de la voluntad general,
no puede enajenarse nunca, y el soberano, que no es sino un ser colectivo, no
puede ser representado más que por sí mismo: el poder puede ser
transmitido pero no la voluntad»70(*).
- indivisible: «Por la misma razón que la
soberanía no es enajenable, también es indivisible. Porque la
voluntad es general o no lo es»71(*).
Añadiendo que con esta tesis, Rousseau rechaza
también la teoría de Montesquieu de la separación de los
poderes. Como dice Copleston: «Rousseau es hostil a los cuerpos
intermediarios, a las fracciones dentro del Estado. Un cuerpo representa
necesariamente intereses particulares; no hay que contar con él para
hacer prevalecer el interés general»72(*).
- indestructible: la indestructibilidad de la
soberanía popular viene del poder absoluto, como poder de todos sobre
todos y de cada uno sobre ninguno, que le concede el pacto social en la
fundación misma del Estado: «El pacto social confiere al cuerpo
político un poder absoluto sobre todos los suyos»73(*).
En verdad, Rousseau ha dicho «poder absoluto» pero
hay aquí un matiz que se debe precisar. El carácter absoluto del
poder de la soberanía popular se reduce al hecho de que ningún
poder de un grupo o de un particular del Estado lo pueda superar; sin embargo,
una vez que el mismo pueblo no este reunido en asamblea y por ende,
estén sus miembros en condición de simples ciudadanos, la
autoridad suprema pasa a ser la ley, ya que el Estado que se crea con el nuevo
contrato social, antes de todo, es un «estado de derecho». Como lo
dijo Rousseau en el Discurso sobre la economía política:
«Es tan sólo a la ley a quien los hombres deben la justicia y
libertad. Es ese saludable órgano de la voluntad de todos quien
restablece, en el derecho, la igualdad natural de los hombres. Es esa voz
celeste quien dicta a cada ciudadano los preceptos de la razón
pública; quien le enseña a obrar según las máximas
de su propio juicio y a no caer en contradicción consigo mismo. asimismo
es a ella, tan sólo, a quien los jefes deben hacer hablar cuando mandan,
pues tan pronto como un hombre pretende someter a otro su voluntad privada con
independencia de las leyes, sale del estado civil y entra de lleno en el puro
estado de naturaleza, en el cual la obediencia es prescrita tan sólo por
la necesidad»74(*).
Ahora bien, quien decide de estas leyes? Para Rousseau,
está claro: siendo el pueblo soberano, como tal, sólo él
puede establecer leyes. No obstante, cuando a él mismo, se le vuelve
problemática su propia concepción del pueblo a la vez legislador
y soberano, se plantea la inevitable pregunta de la mentalidad
aristocrática: «Cómo una voluntad ciega, que con frecuencia
no sabe lo que quiere, porque rara vez sabe lo que le conviene,
acometería por sí misma una empresa tan grande, tan
difícil, como un sistema de legislación?»75(*). Rousseau responde a la
pregunta reconociendo los límites del pueblo: «El pueblo quiere
siempre el bien pero no siempre lo ve. La voluntad general es siempre recta
pero el juicio que la guía no siempre es esclarecido»76(*). De allí se sigue que
Rousseau admite la posibilidad de que un legislador guíe al pueblo pero
quiere dejar inalterable el principio de la indestructibilidad de la
soberanía popular. Si el legislador prescribe, no legitima: «El
legislador es por todos los conceptos, un hombre extraordinario en el Estado.
Si debe serlo por su talento, no lo es menos por su función, que no es
la magistratura ni la soberanía»77(*). O sea: «Toda ley que el pueblo no haya
ratificado directamente es nula y vacía»78(*).
Además, como lo defiende Rousseau en el Discurso
sobre la Economía política: «el primer deber del
legislador consiste en adecuar las leyes a la voluntad general»79(*).
Y, qué es la voluntad general?
3.2.2- La Voluntad General: Vox populi, vox Dei
La voluntad general, por así decirlo, es la voluntad de
todos los miembros del Estado: «La voluntad constante de todos los
miembros del Estado es la voluntad general; por ella son ciudadanos y
libres»80(*). Es pues
la voluntad general la voluntad inviolable del pueblo como expresión de
su soberanía. Ninguna voluntad puede ser del Estado y por eso, general,
sin el consentimiento del soberano. Sin embargo, no lo es como suma de las
voluntades particulares- la voluntad general también es indivisible-
sino más bien como voluntad del bien general que siempre quiere
infaliblemente el pueblo soberano. Por eso que «Para que una voluntad sea
general, dice Rousseau, no siempre es necesario que sea unánime, pero
sí es necesario que se cuenten todos los votos; cualquier
exclusión formal anula la generalidad»81(*). Es decir, la voluntad general
no puede ser una voluntad arbitraria sino que se determine siempre por el
consentimiento general.
Además, al ser la voluntad general, la voluntad del
pueblo, que siempre, según Rousseau, quiere bien para sí mismo,
la voluntad general es infalible: «La voluntad general es siempre recta y
tiende siempre a la utilidad pública» (...) es siempre al mismo
tiempo la más justa, y que la voz del pueblo es de hecho la voz de
Dios»82(*). Sumado a
esto, en el mismo Discurso sobre la economía política,
que Copleston, con razón, llama «un esbozo de la teoría
de la voluntad general»83(*)-, Rousseau sostiene también su tesis de la
infalibilidad de la voluntad general desde la teoría organicista con la
cual intenta demostrar que el buen funcionamiento de un Estado depende, como un
cuerpo, de que sea dirigido por una sola voluntad, o sea, por la voluntad misma
del pueblo soberano como cabeza del cuerpo político que forma y que,
como tal, nunca pueda tener otro interés que no sea el del cuerpo mismo:
«El cuerpo político, individualmente considerado, puede entenderse
como un cuerpo organizado, vivo y similar al del hombre. El poder soberano
representa la cabeza; las leyes y costumbres son el cerebro, origen de los
nervios y sede del entendimiento, de la voluntad y de los sentidos, cuyos
órganos son los jueces y magistrados; el comercio, la industria y la
agricultura son la boca y el estómago que preparan la substancia
común; las finanzas públicas son la sangre de una sabia
economía que, desempeñando las funciones del corazón,
distribuye por todo el cuerpo el alimento y la vida, los ciudadanos son el
cuerpo y los miembros que hacen que la máquina se mueva, viva y trabaje,
de modo que cualquier herida que ésta sufra en una de sus partes
llevaría de inmediato una impresión dolorosa al cerebro si es
buena la salud del animal»84(*). Y a partir de eso concluye que cuando sea
cuestión de mostrar cómo evitar la disolución de la
voluntad general, prescribe Rousseau en el Contrato Social estas dos
precauciones: «es importante (...) que no haya ninguna sociedad parcial en
el Estado y que cada ciudadano opine exclusivamente según su propio
entender (...).»85(*).
Con la segunda previsión, está claro que
Rousseau quiere allí defender el principio de la libertad individual
contra toda manipulación posible proveniente de fuera. Sin embargo, la
primera merece una explicación más amplia. Rousseau al aconsejar
que no deba existir sociedad parcial en el Estado, no está pretendiendo
establecer un régimen arbitrario similar a los regímenes
totalitarios que promueven ideologías uniformizantes tal como el
fascismo de Mussolini por ejemplo: Un solo jefe y un solo
partido. Su intención es más bien que no exista ningún
partido, ya que no pueda existir ni uno que no pueda no ser parcial.
Sólo debe reinar la Voluntad general, si bien que tampoco debe la misma
eclipsar la libertad individual. Como lo recuerda Cassirer: «Pour lui
(Rousseau) la vraie liberté, la liberté authentique ne
réside pas dans le fait de se détourner ou de se détacher
de la loi, mais dans le mouvement autonome de la volonté qui y
adhère. Et la liberté se réalise dans la
volonté générale, dans la volonté de
l'Etat. Ce dernier s'empare sans la moindre réserve de l'individu, mais
ce n'est pas alors en tant qu'institution de contrainte, car il ne fait ainsi
que l'enrôler sous une obligation que l'individu lui-même juge
valable et nécessaire, donc qu'il approuve en raison de ce qu'elle est,
comme en fonction de ses propres intérêts»86(*).
Del mismo modo, dice Rousseau, evitando quizás una
dictadura popular, ya que el pueblo puede escoger quedarse libremente callado
ante una decisión de un cuerpo del Estado o también puede en
algunas cosas equivocarse, lo más importante para que la voluntad sea
general, encima del consentimiento general, es el interés común.
Como lo dice Rousseau: «Hay con frecuencia bastante diferencia entre la
voluntad de todos y la voluntad general; ésta no tiene en cuenta sino el
interés común; la otra busca el interés privado y no es
sino una suma de voluntades particulares»87(*).
Pero, Cómo concilia Rousseau entonces en el Estado las
voluntades particulares con la voluntad general? Rousseau cree resolver eso
enseñando a los miembros del Estado a ser buenos ciudadanos.
3.2.3- Del individuo al ciudadano: patriotismo, virtud y
educación
Evidentemente, cuando Rousseau, se imagina el paso del estado
natural al estado civil, supone primeramente una transformación en el
hombre. Del ser natural individualista, cree Rousseau un poco idealistamente,
que se pasaría a ser un ciudadano con conciencia comunitaria. En este
caso, el contrato social, al instaurar la soberanía popular, hubiera
permitido que cada uno tenga una voz y que la pueda y la quiera ejercer
orgullosamente, pensando en comunidad, interviniendo en los asuntos de la
misma, observando las leyes y aun defendiendo sus intereses antes de los suyos
mismos. Por cierto, esta expectativa es de alguna manera lo que se pudiera
considerar como el apogeo de la antropología optimista de Rousseau.
Sin embargo, en un segundo momento, cuando Rousseau no parece
ni creer en esta transformación gratuita, recurre a una educación
de tipo moralizante cuya misión sería de indoctrinar al hombre,
enseñándole el amor a la patria como la máxima virtud.
Patriotismo como remedio al egoísmo, tal es la profecía de
Rousseau.
Así que el país donde los individuos hubieran
puesto sus intereses individuales por encima de los intereses colectivos, o que
hubieran dado a sus propios deseos más importancia que a las leyes
comunes mismas, sería el país donde realmente la gente no fuera
libre. De hecho, afirma Rousseau en el Discurso sobre la economía
política, el principal deber del gobierno, al lado del bienestar
económico y social que debe garantizar para todos sus ciudadanos, es la
enseñanza de la virtud como amor a las leyes y a la patria: «No
basta con decir a los ciudadanos: sed buenos; hay que enseñarles a
serlo, y el ejemplo, primera lección al respecto, no es el único
medio. El amor a la patria es el medio más eficaz, porque, como ya he
dicho, el hombre es virtuoso cuando su voluntad particular es en todo conforme
a la voluntad general y quiere aquello que quieren las gentes que él
ama»88(*).
De todos modos, si todo este proceso parece un poco
arbitrario, hay que decir que Rousseau estaba bien lejos de concebirlo
así. Rousseau personalmente, a pesar de sus múltiples
dificultades con sus conciudadanos, vivió un amor intenso por su Ginebra
natal y por eso, francamente, no podía entender que se pudiera resistir
a la enseñanza del amor a la patria. Por eso, Rousseau escribiendo al
final de su vida les Considérations sur le gouvernement de
Pologne, reiteró enérgicamente esta fe en la noble
misión de la educación de favorecer la adhesión
sentimental a la patria y cree así estar proponiendo un bien para las
personas: «C'est l'éducation qui doit donner aux âmes la
forme nationale, et diriger tellement leurs opinions et leurs goûts,
qu'elles soient patriotes par inclination, par passion, par
nécessité. Un enfant en ouvrant les yeux doit voir la patrie et
jusqu'à la mort ne doit plus voir qu'elle. Tout vrai républicain
suça avec le lait de sa mère, l'amour de sa patrie,
c'est-à-dire des lois et de la liberté. Cet amour fait toute son
existence; il ne voit que la patrie, il ne vit que pour elle ;
sitôt qu'il est seul, il est nul : sitôt qu'il n'a plus de patrie,
il n'est plus; et s'il n'est pas mort, il est pis «89(*).
3.3- Críticas a la teoría
democrática de Rousseau: entre la utopía y la realidad
Entre las tres grandes críticas que se ha hecho en
contra de la teoría democrática de Rousseau están siempre
estas tres: la crítica psicologista que ve la dificultad de la
viabilidad de la teoría democrática de Rousseau como una
consecuencia de su psicología distorsionada; la crítica
sociológica que es una crítica desde el positivismo comtiano y
que condena no sólo a Rousseau sino prácticamente a toda la
teoría contractualista; y la crítica de la teoría
política aplicada que considera la teoría democrática de
Rousseau como inconciliable con al realismo político.
Veámoslas ahora una por una.
a)- La crítica psicologista
Esta crítica consiste en demostrar que Rousseau, ya
incapaz de pensar alguna teoría de manera coherente por su
esquizofrenia, no pensó su teoría democrática sino como
una manera de disfrazar su incapacidad personal de vivir en solidaridad con los
demás. Según la misma crítica, Rousseau no se preocupaba
realmente por pensar una teoría viable sino que necesitaba justificarse
ante toda una sociedad que era testigo de su paranoia y su misantropía.
Martín López, en un largo artículo sobre
Rousseau toca este punto y en estos términos resume muy bien esta
crítica: «la quiebra lógica del pensamiento político
de Rousseau tal vez encubra una importante disonancia cognoscitiva en su
personalidad: una doble corriente de motivaciones que se orientan hacia valores
irreductibles. De un lado, el Rousseau egocéntrico e individualista,
huraño y resentido; de otro, el Rousseau de la ternura, anhelante de
amor y de solidaridad humana, deseoso de perder su vida de egoísta para
salvarla en la comunidad de los justos. Y entre ambos mundos, la
escisión insalvable de la inautenticidad, tal vez de la neurosis.
Cómo pudo calar tan hondo el pensamiento de Rousseau en la vida social y
política de Occidente? Quizá por eso mismo: porque le cupo la
triste gloria de encarnar en su propio ser los problemas de una sociedad y de
una cultura, y porque acertó a crear el mito que liberaba de
preocupaciones a esa sociedad y a esa cultura: era posible lavar el pecado del
egoísmo insolidario mediante el «carisma» taumatúrgico
de la voluntad general»90(*).
Pero, la misma crítica que ha hecho sensación en
los tiempos anteriores ha ido perdiendo credibilidad desde los importantes y
afamados trabajos de Ernst Cassirer, de Masson, de Jean Starobinski, entre
otros. Los mismos no solamente superaron este tipo de psicologismo sino
también en contrapartida reclaman una mayor y objetiva
consideración por lo que dicen los textos mismos. Esto opina por ejemplo
Starobinski en su prefacio al libro monográfico de Ernst Cassirer sobre
Rousseau: »Rousseau est désormais pour nous un auteur de grande
envergure, même s'il n'a pas été un auteur
philosophique selon les définitions reçues. Invalider sa
pensée en arguant des bizarreries de sa psychologie est une
dérobade. Priorité doit être donnée au texte, sans
chercher à le disqualifier au nom des dispositions intérieures
qu'il laisserait conjecturer»91(*).
b)- La crítica comtiana
Efectivamente, antes de que Emile Durkheim restablezca a
Rousseau y lo considere como un verdadero precursor de la ciencia
sociológica92(*),
la crítica positivista y antiutópica de Auguste Comte ya lo
había condenado y rechazado por charlatanería. Augusto Comte en
su primer opúsculo --Plan des travaux scientifiques
nécessaires pour réorganiser la société--
publicado en 1822, incluyó el pensamiento de Rousseau dentro del estado
metafísico o crítico que, para él, como es sabido, no
tiene valor en sí mismo, por cuanto no sirve para reorganizar la
sociedad y además no es sino un residuo del pensamiento
teológico: «Son caractère est bâtard --dit
Comte--, il lie les faits d'après des idées qui ne sont plus tout
á fait surnaturelles, et qui ne sont pas encore entièrement
naturelles. En un mot, les idées sont des abstractions
personnifiées, dans lesquelles l'esprit peut voir à
volonté ou le nom mystique d'une cause surnaturelle, ou
l'énoncé abstrait d'une simple série de
phénomènes, suivant qu'il est plus prés de l'état
théologique ou de l'état scientifique»93(*).
c)- La crítica política
La teoría política aplicada que aspira a
proponer modelos políticos viables para la organización social,
valoriza la teoría democrática de Rousseau, como guía
teórico para otros modelos democráticos; sin embargo, a la hora
de contrastarla con la realidad, la reduce a una simple utopía. Eric
Weil, en un afamado artículo escrito sobre Rousseau lo dijo
categóricamente: «la teoría política de Rousseau es,
y él sabe que lo es, irrealizable»94(*).
También otros autores, desde el siglo XVIII hasta hoy
en día, no hesitan en afirmar lo mismo defendiendo cada vez más
que la democracia liberal representativa sería la única forma de
democracia que tenga realmente viabilidad. Opinión que muchas veces
vacila entre lo que llamo: un pretendido sentido realista que dice ser
inspirado por lo que ha ido demostrando la experiencia histórica; y,
prejuicios aristocráticos de una pequeña burguesía
conservadora que combate a Rousseau negando toda capacidad de autogobierno a
las masas y defendiendo en consecuencia una inevitable necesidad de las mismas
de ser guiado, llevado por una aristocracia capaz e inteligente, por los
«hombres excelentes», diría Ortega y Gasset. De todos modos,
no sé muy bien de qué lado está Giovanni Sartori, pero en
su libro qué es la democracia?, así designa el futuro de
la democracia directa: «El autogobierno que nunca
será»95(*).
Pero, relativamente a Rousseau, de qué se trata
efectivamente? Era Rousseau consciente de que sus pensamientos no
pasarían los límites de un universo teórico idealizante o
más bien aspiraba a su aplicación en casos concretos?
Primero, pese a todo lo que se puede decir de manera general
sobre el estilo de Rousseau, dominantemente romántico e idealista por
cierto, también tenía el filósofo ginebrino un cierto
sentido de realismo. Esta exhortación a los gobernantes de Polonia en
les Considérations sur le gouvernement polonais, puede dar
testimonio de esto: «Évitons, s'il se peut, de nous jeter
dès les premiers pas dans des projets chimériques. Quelle
entreprise, Messieurs, vous occupe en ce moment? Celle de réformer le
Gouvernement de Pologne, c'est-à-dire de donner à la constitution
d'un grand royaume la consistance et la vigueur de celle d'une petite
république. Avant de travailler à l'exécution de ce
projet, il faudrait voir d'abord, s'il est possible d'y réussir
»96(*).
Segundo, ya que Rousseau de ninguna manera puede ser
considerado como un idealista sin más, aunque el carácter
utópico de su pensamiento político es evidente, se debe siempre
aclarar bien lo que se quiere decir cuando se sostiene que Rousseau era un
pensador utópico.
Utópico, Rousseau lo era bien97(*), y era eso el espíritu
característico de su época misma; pero, prácticamente no
adoptó el sentido tradicional de la palabra utopía tal como un
Tomás Moro, por ejemplo, que popularizó el término con el
título de su libro y su visión allí desarrollada de una
ciudad ideal a construir en un mundo fantástico. J. Fabre en los
Annales de société Jean-Jacques Rousseau citado por
Ginzo Férnandez en un importante artículo sobre la utopía
en Rousseau, nos recuerda que «Rousseau no habría formado un mundo
imaginario al margen del «espacio y el tiempo de la geografía y la
historia», resultando esta actitud más bien excepcional en un siglo
donde se recurría tan profusamente al género utópico,
«los países donde se detiene la atención de Rousseau son
fáciles de situar sobre el mapa: Ginebra, Valais, Córcega,
Polonia, siendo libre cada cual de ir a verlos»98(*). Y por eso, concluye Ginzo
Fernández: «Rousseau es un autor «antiutópico
utópico»99(*).
Es decir, un pensador utópico pero con los pies sobre la tierra. No
abandona la realidad sino que está con ella en una eterna tensión
buscando siempre un debe ser para juzgar correctamente lo que
es: «Toda la obra de Rousseau aparece traspasada por la
tensión entre lo ideal y lo real, cabiendo decir que toda ella gira en
torno a la posibilidad de una humanidad alternativa frente a la realmente
existente»100(*).
En conclusión, es definitivamente aceptable que
Rousseau debió pensar que su teoría democrática pudiera
ser aplicada para construir un mundo alternativo y más justo.
Evidentemente, torpe sería de decir que pensó en una
aplicación estricta de la misma. Además que él mismo
dificultó esta misma viabilidad de su teoría por haberla pensado
un poco demasiado desde las dimensiones geográficas de las
ciudades-estados de la Antigua Grecia y las estructuras republicanas romanas,
demasiadamente romantizadas por él mismo. Pero, fuera de todas
estériles discusiones puramente ideológicas que, por otra parte,
se equivocan absolutamente en pensar que pueda existir algún tipo de
pensamiento que sea estrictamente coherente y fielmente aplicable en la
realidad, se puede ir descubriendo y apreciar la gran utilidad de los
fundamentos y los dignos sentimientos que contiene la teoría
democrática rousseauniana. Los mismos, indispensables sin duda para la
concepción de cualquier tipo de democracia que sea verdadera, son la
igualdad de derecho, el amor a los pobres, la escucha y el valor de la voz de
los oprimidos, la preocupación por el bienestar común, la lucha
por la superación de la pobreza, el establecimiento de la justicia
social en este mundo, etc.
CONCLUSIÓN
María José Villaverde, especialista del siglo
XVIII francés y traductor del Contrato Social de Rousseau para
el editorial español Tecnos, reportó en uno de sus interesantes
artículos esta impresión del filósofo ginebrino sobre su
propio pensamiento: «decía Rousseau a Dusaulx, al final de su vida,
que quien la entendiese por completo sería más listo que
él»101(*).
Y como no soy para nada más listo que Rousseau, gran
consolación me dio este aporte de Villaverde, por los escrúpulos
que me ayudó a combatir, en la hora de pensar y de redactar este
trabajo.
Pero tampoco era que tenía grandes e inalcanzables
pretensiones. Bien se trataba de presentar la teoría del Estado y de la
democracia de Rousseau dentro la historia de la filosofía
política occidental, y sencillamente llegar a convencer, con todo lo que
tenía que decir, que es necesario todavía adoptar una
antropología tan optimista como la de Rousseau para poder seguir
pensando la democracia y actuar en consecuencia.
De veras, lo que Robert Dahl llama, en su libro La
democracia y sus críticos, «la lógica de la igualdad
política»102(*) y que entiende que debe previamente surgir y
establecerse entre la gente de una comunidad para que luego los mismos puedan
aspirar a un cierto modelo democrático, Rousseau lo demostró
también con su propio pensamiento. Al estar siempre una
antropología detrás de toda ética, como lo confirmó
Jean-Paul Sartre en su prefacio al clásico texto de Albert Memmi,
portrait du colonisé, nadie puede tratar a un hombre «como
a un perro» si primero no le deja de ver como un hombre»103(*); por añadidura, a mi
modo ver, nadie puede pensar la democracia si no es primero un enamorado de la
igualdad y de la libertad humana.
Esto eso el núcleo del pensamiento democrático
de este Rousseau que quise presentar; el cual, definiéndose al final de
su vida como «un historiador del corazón», nunca quiso
filosofar políticamente por filosofar sino por aprender a romper las
cadenas de las estructuras alienantes de las sociedades. Por eso, si para
Hirschberger, «El brío literario es en Rousseau más fuerte
que su crítica filosófica y su exactitud
lógica»104(*); en cambio, nos recuerda Jean Starobinski que
«le lyrisme et l'éloquence de Rousseau sont au service d'une
intuition dont la légitimité doit être reconnue, et qu'on
ne saurait réduire (comme l'avaient fait tant de détracteurs)
à un effet de rhétorique105(*)«.
Indudable relevancia se debe reconocer pues al pensamiento
político de Rousseau que, en realidad, - lo he intentado demostrar -,
nos lleva ni a un totalitarismo disfrazado ni a una quimera insuperable. La
idea de que el hombre merece ser libre y feliz dondequiera que este, es
más bien de lo que se trata. Con esta idea principalmente, Rousseau
construyó su hipótesis del estado de naturaleza y con la misma,
defendió la soberanía popular por la equitativa
participación de todos los ciudadanos en el Estado al cual
corresponden.
Pero, también reconozco que no he podido resolver todas
las ambigüedades de este pensamiento, o quizás, ni siquiera he
logrado expresar bien lo que Rousseau mismo quiso expresar. Y la
discusión es por continuar.
A lo mejor, este pequeño trabajo no cambiará
nada en las diferentes maneras que se continuará interpretando la
teoría de la democracia y del Estado de Rousseau; y eso me hace sentirme
obligado a tener la humildad de aceptar el desgraciado destino de este
pensamiento, condenado, a mi parecer, a provocar eternamente polémicas y
relecturas. Cómo dice Nicholas Dent: «Rousseau continúa
levantando una gran controversia tanto en su calidad de teórico como en
la de persona: como teórico porque es posible ver en él tanto al
gran liberador del individuo como al apologista del totalitarismo populista;
como persona, porque es posible considerarlo como genio malogrado o como un
sincero y honesto pendenciero»106(*).
Al fin de cuenta, evaluándome a mí mismo, me
pregunto si en definitiva todo lo que perseguía con este modesto trabajo
no era sino incitar a amar más la democracia y a apostar un vez
más por los pobres. Si gano esto, gano todo. Mi feliz recompensa la
tendría ya en la mano y para siempre.
BIBLIOGRAFÍA
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- ROUSSEAU, Jean-Jacques, Considérations sur le
gouvernement polonais et sur sa réformation projetée.
(L'article fut publié pour la première fois dans les OEuvres
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dans ce travail est de l'édition électronique de :
http://www.uqac.uquebec.ca/
)
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- Enrique Martín López, «Del egocentrismo
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página Dialnet en formato Pdf sin precisión sobre la
publicación original)
- María José Villaverde, «un conservador en
el siglo de las luces; Jean-Jacques Rousseau» en Revista de Estudios
Políticos (Nueva Época) Núm. 58. Octubre-Diciembre
1987.
- Arsenio Ginzo Fernández, «realidad y
utopía en J. J. Rousseau» en Estudios filosóficos,
123 (1994).
- Alain de Benoist, « releer a Rousseau »
en :
www.alaindebenoist.com
* 1 Dedicatoria «A la
República de Ginebra», en Discurso sobre el origen y los
fundamentos de la desigualdad entre los hombres, Traducción de Dr.
Antonio Pintor-Ramos, Ediciones Paulinas, Madrid, 1977, pp.128-129.
* 2 José, Ortega y
Gasset, La rebelión de las masas, duodécima
edición, Colección Austral, Espasa-Calpe, S.A., Madrid, 1955, p.
123.
* 3 Johannes Hirschberger,
Historia de la filosofía, Tomo II, Traducción de
Luís Martínez Gómez, SJ, Editorial Herder, Barcelona,
1956, p. 118.
* 4 Pesquero E. Franco,
«Jacques Rousseau, una conciencia desgarrada de la
ilustración» in Anales del Seminario de Metafísica,
Núm. Extra. Homenaje a S. Róbade. Ed. Complutense, 1992,
p. 595.
* 5 Johannes Hirschberger,
op. cit., p. 120-121.
* 6 Dos grandes ejemplos para
ilustrar: Voltaire (François Marie Arouet), «el principal
adversario social concreto de Rousseau» construyó una
filosofía social que no era nada más, señala Jean
Touchard, que una mera «filosofía de un propietario
burgués». Por ende, «amante y defensor del lujo», agrega
Touchard, su gran preocupación político-económica se
podía reducir a esta única pregunta verdadera: «cómo
asegurar la libertad garantizando la propiedad?» Diderot, de su lado, que
era sin embargo amigo de Rousseau por mucho tiempo, director y colaborador suyo
en la Encyclopédie, tampoco compartió su
filosofía política. Diderot, cuya convicción
política vacilaba, entre «la monarquía a la inglesa y el
despotismo ilustrado», en buenas ocasiones, se revelaba empero convencido
por el absolutismo monárquico hobbesiano. En un artículo de la
Encyclopédie intitulado «Estado» dejó
abiertamente declaradas estas tendencias: «Se puede definir el Estado como
una sociedad civil por la que una multitud de hombres están unidos bajo
la dependencia de un soberano, para gozar, mediante su protección y sus
cuidados, de la seguridad y de la felicidad que faltan en el estado de
naturaleza.» (Ver: Jean Touchard, Historia de las ideas
políticas, Traducción de J. Pradera, Tecnos, Madrid, 1975,
pp. 315-319)
* 7 Jean- Jacques Rousseau,
Discurso sobre la economía política, Traducción
de José E. Candela, Editorial Tecnos, Madrid, 1985, p.13. (De
aquí en adelante, citaré a la misma obra sólo con la sigla
DEP y la página de esta edición aquí citada.)
* 8 Citado por: María
José Villaverde, un conservador en el siglo de las luces; Jean-Jacques
Rousseau» en Revista de Estudios Políticos (Nueva
Época) Núm. 58. octubre - diciembre 1987, p. 247.
* 9 Ernst Cassirer, Le
problème Jean-Jacques Rousseau, Hachette, Paris, 1987, p. 46 ;
pp. 48-49 ; pp-51-52.
* 10 Jean-Jacques Rousseau,
El contrato social o Principios de derecho político (1762),
Traducción de María José Villaverde, Tecnos, Madrid, 1988,
I, 1, p. 4. (Nótese que de aquí en adelante citaré al
Contrato Social con la abreviación CS, con el
número del libro, del capítulo y la página en que se
encuentra la cita en la edición aquí citada.)
* 11 Me refiero aquí
básicamente a la concepción de Norberto Bobbio de la sociedad
civil contractual como «creación artificial» opuesta al
«modelo evolucionista natural» de Aristóteles (Ver Norberto
Bobbio, Estado, Gobierno y Sociedad por una teoría general de la
política, Fondo económico de cultura, México, 1989).
En un estudio comparativo sobre Kant y Locke, José F. Fernández
Santillán retoma esta idea y la resume en estos términos:
«El estado civil es una creación artificial. El paso de un Estado a
otro no sobreviene por una evolución natural (como sucede en el modelo
aristotélico), sino por una convención, es decir, mediante una
acción voluntaria manifestada en un contrato. Por eso se dice que el
iusnaturalismo moderno es contractualista.» (José F.
Fernández Santillán, Locke y Kant, Ensayos de
filosofía política, Fondo de Cultura Económica,
México, 1996, p. 17.)
* 12 Raymond G. Gettell,
Historia de las ideas políticas, Espasa-Calpe, S.A.,
Colección Austral, Madrid, 1973, p. 243.
* 13 Ernst Cassirer, La
filosofía de la Ilustración, Traducción del
alemán de Eugenio Ímaz, Fondo de Cultura Económica,
México, 1943, p. 269.
* 14 D'Alembert,
«éléments de philosophie», sec. VII;
Mélanges de Littérature, citado por Ernst Cassirer,
(1943), p. 276.
* 15 Recuerdo que para
Rousseau, el pacto que funda el Estado, considerado como el primer pacto
posible debe de ser decidido necesariamente con unanimidad. Siendo la
decisión fundadora del Estado, él que no la aprueba significa que
no acepta ser miembro de la comunidad constituida.
* 16 CS, I, 6, p.
16.
* 17 Jean Jacques Rousseau,
Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los
hombres en Discursos a la Academia de Dijon, Traducción de
Antonio Pintor-Ramos, Ediciones Paulinas, Madrid, 1977, p. 154. (De aquí
en adelante, se citará al Segundo Discurso con la sigla DDH y
la página de esta edición aquí citada.)
* 18 DDH, p.189.
* 19 Retomaré esta
polémica más tarde al tratar de las críticas hechas a la
teoría natural de Rousseau en el capítulo 2.1.3.
* 20 DDH, p.
180.
* 21 DDH, p.
178.
* 22 Ver en el mismo trabajo,
la nota 37 que explica la diferencia que establece Rousseau entre el «amor
de sí» y el «amor propio» y que puede ayudar a entender
mejor lo que aquí está dicho.
* 23 DDH, p. 181.
* 24 Rosa Cobo Bedia,
«El problema de la renaturalización en Jean-Jacques Rousseau»
en Revista de Estudios Políticos (Nueva Época)
Núm. 50. Marzo-Abril 1986, p. 241.
* 25 DDH, p.
183.
* 26 Josep Fontana,
Europa ante el espejo, Editorial Crítica, Barcelona, 2000, p.
113.
* 27 Jean Touchard, op.
cit., p. 329.
* 28 DDH, p. 143.
* 29 Comentarios de
Gérard Mairet, en Jean-Jacques Rousseau, Discours sur l'origine et
les fondements de l'inégalité parmi les hommes, Libraire
Générale Française, Coll. Le Livre de Poche, Paris, 1996,
pp. 142-143.
* 30 DDH, p.
152.
* 31 Emile Durkheim:
Montesquieu et Rousseau. Précurseurs de la sociologie,
Librairie Marcel Rivière et Cia, Paris, 1966, p. 116.
* 32 María José
Villaverde, op. cit., p. 244.
* 33 Johannes Hirschberger,
op. cit., p. 123.
* 34 José F.
Fernández Santillán, op. cit., p. 19.
* 35 «El primero al
que, tras haber cercado un terreno, se le ocurrió decir: Esto es
mío, y encontró personas lo bastante simples para creerle,
fue el verdadero fundador de la sociedad civil. Cuántos crímenes,
guerras, asesinatos, miserias y horrores no habría ahorrado al
género humano quien, arrancando las estacas o rellenando la zanja
hubiera gritado a sus semejantes!: 'Guardaos de escuchar a este impostor!;
estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y que la
tierra no es de nadie». (DDH, p. 193.)
* 36DDH, pp.
203-204.
* 37DDH, p. 201.
* 38DDH, p. 211.
* 39 Reportado por
Gérard Mairet, nota 8, en Jean-Jacques Rousseau, op. cit., p.
144.
* 40 DDH, p. 223.
* 41 DEP, p. 48.
* 42 Jean Touchard, op.
cit., p. 330.
* 43 CS, I, 6, p.
15.
* 44 CS, I, 5, p.
14.
* 45 Para más detalles
sobre la división o las categorías de las leyes, véase el
último capítulo del libro II del Contrato Social:
(CS, II, 12).
* 46 CS, I, 8, p.
20.
* 47 Véase: J. L.
Talmon, Los orígenes de la democracia totalitaria.
* 48 Alain de Benoist,
«releer a Rousseau» texto encontrado en formato pdf en la
página Web del autor:
www.alaindebenoist.com
* 49 Las recensiones abundan
en el Internet pero, al libro, no pude acceder desgraciadamente. De todos
modos, entre las citas reportadas en las misma recensiones, me permito citar
ésta que me parece resumir muy bien la crítica de Berlin:
«es el más grande militante plebeyo de la historia, una especie de
golfillo de genio, y figuras como Carlyle y hasta cierto punto Nietzsche y sin
duda D.H. Lawrence y D'Annunzio, así como los dictadores
revoltés, petits bourgeois, como Hitler y Mussolini, son sus
herederos» y que se le puede considerar como el «fundador del
romanticismo y del individualismo desenfrenados, así como el pionero de
tantos movimientos del siglo XIX: del socialismo y el comunismo, del
autoritarismo y el nacionalismo, del liberalismo democrático y el
anarquismo, casi de todo salvo lo que podría llamarse la
civilización liberal».
* 50 Jean Touchard, op.
cit., p. 330
* 51 Giovanni Sartori,
qué es la democracia?, Taurus, Argentina, 2003, pp. 338-339.
* 52 CS, III, 3, pp.
64-65.
* 53 CS, III, 1, p.
57.
* 54 CS, III, I, p.
61
* 55 CS, III, 3, p.
65
* 56CS, III, 5,
p.69
* 57CS, III, 4, p.
66.
* 58CS, III, 4, p.
65.
* 59CS, III, 4, 67.
* 60CS, III, 5, p.
69.
* 61 Frederick Copleston,
Historia de la filosofía Tomo VI, de Wolff a kant,
Traducción del ingles de Manuel Sacristán, Editorial Ariel,
Barcelona, 1974, p. 96.
* 62CS, III, 1, p.
59.
* 63CS, III, 1, p.
56.
* 64CS, III, 1, p.
56.
* 65CS, III, 1, p.
55.
* 66 CS, III, 15, p.
98.
* 67CS, I, 7, p.
18.
* 68Frederick Copleston,
op., cit., p. 89.
* 69CS, II, 15, p.
106.
* 70CS, II, 1, p.
25.
* 71CS, II, 2, p. 26.
* 72Frederick Copleston,
op., cit., p. 331.
* 73CS, I, 6, p. 15.
* 74DEP, pp. 14-15.
* 75CS, II, 6, p.38
* 76CS, II, 6, p.38
* 77CS, II, 7, p.
40
* 78CS, II, 7, p.
39.
* 79DEP, p. 17
* 80CS, III, 2, p.
107.
* 81CS, I, 1, p.
26.
* 82DEP, p. 11
* 83 Frederick Copleston,
op. cit., p. 76.
* 84 DEP, pp. 8-9
* 85 CS, II, 3, p.
29.
* 86 Ernst Cassirer, (1987), p.
32.
* 87CS, II, 3, p.
28
* 88 DEP, pp.
22-23.
* 89 Jean-Jacques Rousseau,
Considérations sur le gouvernement de Pologne et sur sa
réformation projetée, p. p. 19. (Texto en Línea:
http://www.uqac.uquebec.ca/)
* 90 Enrique M López,
op. cit., p. 144
* 91 Jean Starobinski, en el
prefacio del libro de Ernst Cassirer (1987), p. XVI.
* 92Véase: Emile
Durkheim, Montesquieu et Rousseau. Précurseurs de
la sociologie, Librairie Marcel Rivière et Cia, Paris, 1966.
* 93Citado por Enrique
Martín López, op. cit., p. 121.
* 94Citado por Jean Touchard,
op., cit., p. 334.
* 95Giovanni Sartori, op.
cit, p. 75.
* 96 Jean-Jacques Rousseau,
Considérations sur le gouvernement de Pologne, p. 23.
* 97 Arsenio Ginzo
Fernández en un largo artículo sobre la utopía en
Rousseau, nos recuerda, por ejemplo, que cuando Victor Hugo en los Miserables
intenta una clasificación del universo intelectual del siglo XVIII,
ponga a Rousseau a la cabeza de los autores utópicos. (Arsenio Ginzo
Fernández, «realidad y utopía en J. J. Rousseau» en
Estudios filosóficos, 123 (1994), p. 227.)
* 98Ibid, p. 228.
* 99Ibid, p. 230.
* 100Arsenio Ginzo
Fernández, op. cit, p. 230.
* 101 María
José Villaverde, op. cit., p. 244
* 102 Robert Dahl, La
democracia y sus críticos, Paidos, Madrid, 1993, p. 43.
* 103 «(...) nul
ne peut traiter un homme « comme un chien », s'il ne le
tient d'abord pour un homme»: Jean Paul Sartre, préface de
Albert Memmi, Portrait du colonisé précédé
de Portrait du colonisateur, Gallimard, Coll. Folio actuel, 1985,
(2004), p. 25.
* 104Johannes Hirschberger,
op. cit., p. 124.
* 105Jean Strarobinski,
op.cit., p. VII.
* 106Nicholas Dent,
«Rousseau, Jean-Jacques» en Ted Honderich (editor), Enciclopedia
Oxford de Filosofía, Traducción de Carmen García
Trevijano, Tecnos, Madrid, 2001. p. 924.
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